domingo, 12 de diciembre de 2010

Atlas.

Atlas Mnemosyne: la aventura del saber ad infinitum.

Cuando uno entra en la exposición Atlas: cómo llevar el mundo a cuestas (MNCARS hasta el 26 de Marzo) tiene la sensación de haber penetrado en una determinada y particular visión artística. Esta visión corresponde a Georges Didi- Huberman, comisario y responsable último de la muestra. Cómo rasgar un velo, arañar un secreto, desvelar un mundo, en definitiva, mostrar al espectador un entramado conceptual que ha tenido en el historiador del arte Aby Warburg, su máxima inspiración. Atlas, o lo que es lo mismo, un mapa, una configuración, una cartografía del arte contemporáneo que se articula en un sólido discurso teórico. Bien es sabido la imponente base intelectual de Didi-Huberman. Escritor prolijo, ha publicado en los últimos años un buen número de obras que oscilan sobre la misma idea: el porqué de las imágenes. La gestación, posición o política que funcionan de manera inherente en la vida de las imágenes. Para Huberman, éstas contienen una cierta responsabilidad, una responsabilidad “histórica”,que “deben cumplir con una parcela de humanidad”, como diría Hanna Arendt.

No es extraño, siguiendo en este hilo argumental, que haya retomado y revivido el espíritu de Aby Warburg y su proyecto más ambicioso: El Atlas Mnemosyne o cómo narrar la historia de la civilización a través de las imágenes. Este proyecto se debe a una visión poliédrica que ha sabido asumir un discurso interdisciplinar - ya en la friolera fecha de 1924- que coqueteaba con la antropología, la historia y la filosofía.


Pero no se trata de una exposición monográfica sobre Warburg, por el contrario, se trata más bien de un discurso que se construye sobre el concepto de atlas como un intento de topografiar el arte contemporáneo a través del influjo warburgiano y que tiene como vértices los siguientes conceptos: la mesa como referencia al montaje, las cosas, los lugares y el tiempo. Bajo estos ejes temáticos, subyacen, a la vez, ramificaciones dispares que responden a una configuración fragmentaria y que recogen obras de muy diversa procedencia, tiempo y materiales. Resuena, en este sentido, la voz foucoultiana y su concepto de heterocronía: una visión asincrónica que sobreviva al tiempo.


De este modo, el visitante, se puede encontrar desde grabados de Goya, un cuadro de Durero y fragmentos del propio Atlas de Warburg- como principio iniciático de la aventura- hasta fotógrafos como Victor Burgin, Heart and Becher, proyecciones de Jean- Luc Godard, Moholy Nagy o Harun Farocki. A pesar de la disparidad que el espectador pueda sufrir a priori, se esconde un discurso conceptual fraguado con una sutileza y dedicación que limita con la perfección. Consiste en construir la historia del arte bajo un discurso alternativo, subversivo, que se materializa mediante una toma de posición, una cierta política de las imágenes, que incide en mostrar lo residual, el proceso de montaje, los fragmentos del transcurso del tiempo. Por ello es acertado la aparición de la figura benjaminiana del trapero como telón de fondo. El trapero que busca el fragmento, lo que pasa desapercibido, pero que encierra un morfología poética sublime, una visión del mundo artística igualmente necesaria que la historia “oficial”. De ahí la pertinencia de obras de Broodthaers o Hearthfield, los mapas de Rimbaud, los archivos documentales de Haacke, los montajes de SolLewit o las enciclopedias de historia natural.

Como única (des)ventaja: si el visitante no se informa bien antes de adentrase en Atlas, puede quedar embebido en una amalgama de múltiples artistas y referencias. Después de esta fase previa, uno puede convertiste en un flâneur que deambula por las diversos intervalos de tiempo, que colecciona las postales de Pedro G. Romero, que se pierde en un laberinto borgiano, y que sale victorioso gracias a las cartelas que funcionan a modo de pistas en este rompecabezas reticular. Una exposición que no deja indiferente a nadie y que logra ser el reclamo estrella de 20 aniversario de MNCARS. Para no perdér(se)la.


Irene López

sábado, 11 de diciembre de 2010

Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?

26 Noviembre 2010-28 Marzo 2011
comisariada por George Didi-Huberman

En torno a una icono(geo)grafía
No parece casualidad que Atlas se haya inaugurado en el mismo edificio Sabatini apenas una semana después de que lo hiciera la nueva reordenación de la colección del Museo Reina Sofía. La conexión se hace evidente después de visitar ambas exposiciones: Atlas habla precisamente de los procesos de ordenación de imágenes, de la asociación de recuerdos de manera inconsciente y de cómo los artistas juegan con estas cuestiones, ensamblando una composición que transmite significado porque reconocemos en ella algo que nos afecta.

La investigación de George Didi-Huberman (Francia, 1953) se nutre de los textos de Platón, Foucault, Freud, Benjamin, Sartre, Borges, Nietzsche y Panofsky entre muchos otros (como el mismo nos deja ver en su bibliografía física al final de la exposición), y recibe influencia directa de las ideas de Aby Warburg, en especial de su proyecto Atlas Mnemosyne (1923-29), donde Warburg intentó escribir la historia de la civilización europea solo por medio imágenes.

El debate de cómo entender la historia del arte siempre ha estado ahí, ¿cómo enfrentarnos a la dificultad de interpretación de las obras de arte, a la falta de palabras para expresarse? ¿por qué registrar la historia por medio de textos escritos cuando nuestro cerebro no ve palabras si no cosas?¿Por qué no omitir los textos y dejar sólo las imágenes, como si de un jeroglífico egipcio se tratara? ¿acaso no poseemos todos la misma capacidad para entender un discurso exclusivamente iconográfico? De igual manera otros como Godard ya se habían planteado la cuestión, por qué hacer una historia del cine escrita si tenía más sentido desarrollarla como collage de planos de películas. En el siguiente paso, una vez se ha llevado a cabo el collage, atlas o archivo colectivo, nos enfrentamos al dilema de cómo saber si dilucida de forma clara lo que queríamos transmitir, si ni el emisor ni el receptor pueden expresarlo en lenguaje hablado. ¿Podríamos sacar conclusiones a partir de otro tipo de señales?

Lágrimas que suben del corazón al cerebro
Atlas reflexiona sobre estas cuestiones y construye un ensayo visual que nos acerca a la manera de pensar y comunicar de un artista, mostrando sus métodos de asociación. El Atlas que nos plantea Didi-Huberman se entiende como una mina de conocimiento, donde se ha de excavar para encontrar las claves que respondan a las preguntas existenciales que la raza humana se viene haciendo desde sus orígenes.
Partiendo de la gran fuerza visual que poseen los Disparates y Desastres de Goya, paseamos entre numerosas obras que el comisario ha reunido con el objetivo de intentar dibujar un mapa que ilustre el pensamiento artístico en la modernidad. Una magnífica y coherente selección que incluye obras de artistas como Marcel Broodthaers, Gerhard Richter, John Baldessari, El Lissitzky, Man Ray, Paul Klee, Alfred Stieglitz, Robert Smithson, Sigmar Polke, Robert Rauschenberg, Alberto Giacometti, Gordon Matta-Clark, Sol LeWitt, Dennis Oppenheim, Moholy-Nagy, Hans Haacke, Harun Farocki, Guy Debord, Fernand Deligny, Barbara Bloom, Dieter Roth, Ignasi Aballí, Thomas Ruff y muchos otros. Los textos breves que presentan cada parte de la exposición complementan de manera concisa y acertada el mensaje de la muestra.

Para llevarse lo mejor de Atlas hace falta tiempo, para detenerse y pensar, deleitarse en el encuentro íntimo de uno mismo con las obras y reconocerse o al menos reconocer algo genuinamente humano, algo inherente a nuestra naturaleza. Recuerda esta sensación a la belleza de lo frágil, lo significativo de lo cotidiano, como esas pequeñas flores que nacen de manera espontánea en los márgenes de los caminos. Es emocionante ver que esta aproximación “en bruto” a la obra funciona de manera sutil, proporcionándonos una experiencia sublime, dejándonos sin habla, sintiendo no solo el sudor de llevar el peso del mundo en nuestros hombros sino también algunas lágrimas de felicidad brotar desde el corazón (1).

(1) Leonardo Da Vinci afirmaba en sus Cuadernos que las lágrimas brotan en el corazón y suben desde ahí al cerebro a través de unos canales que comunican ambos.

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gm

Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas? El globo que no tiene que pesar mucho.



Marcin Franciszek Rynkowski


La tela negra como el fondo del mapa fugaz donde la línea ecuatorial y el meridiano nunca llegan a cruzarse. Los continentes que lo derivan como: las postales enviadas de los tiempos enterrados, las monedas de ayer, las imágenes abortadas de los úteros de los periódicos de hoy, las obras de arte "escritas" en mayúsculas, subrayan los contornos de sus territorios a base de las diferencias que las construyen. Así es, el atlas Mnemosyne (memoria) del historiador del arte alemán Aby Warburg que le dedicó los últimos 4 años de su vida (1925-1929), donde el rechazo de la búsqueda del único significado de la imagen y ha sido sustituído por su inagotable interpretación.


La más crítica, radical y utópica propuesta de Warburg contra la iconología tradicional, pero también contra todos los modos de pensar en la imagen, en los que la visualidad (como un modo de lectura) va en la correa del lenguaje, ha sido reinterpretada y restructuralizada por Georges Didi Huberman en su libro: La imagen superviviente. La exposición comisariada por él Atlas.¿Cómo llevar el mundo a cuestas? a la que nos invita el Museo Reina Sofía (26 de noviembre de 2010 hasta 28 de marzo de 2011) pretende "visualizar" el marco de pensamiento de Aby Warburg.


Aunque la muestra no tiene el carácter monográfico, la reflexión warburgiana hace un papel de élan vital de las obras recogidas por el comisario. Según Warburg, la imagen no era sólo un documento del pasado, sino el puente hacia el presente, así que su término Nachlebt (la sobrevivencia del pasado) se materializa en las obras de la muestra que bajo la idea del comisario ha conseguido el rostro de un archivo infinito, y la razón de su existencia es desmochar las relaciones entre las numerosas partes de su cuerpo y crear nuevas, otras, propias.


El espectador tiene que "enfrentarse" a un largo recorrido de salas del museo donde la reflexión warburgiana se inscribe en el estético orden de los artes, en el cual, según Jacques Ranciere, gobierna la igualdad de todos los temas. Por eso, el comisario clava en las "láminas" del museo las obras de diferentes "pesos" conceptuales, que actúan como los semáforos que nos acercan a la meta llamada por Didi Huberman "conocimiento mediante el montaje".


El impactante y a la vez sencillo ABC de la guerra de Brecht comparte la "tela negra" con el llamativo vídeo de Baldessarí Teaching a Plant the Alphabet . La provocativa propuesta de Man Ray La photographie n´est pas l´art dialoga con igualmente sárdonica en su superficie obra de Moroya Davey y el templo de las sombras de Robert Rauschenberg. El mundo triturado por Robert Fillon, dirige su mirada a La Setmana trágica de Pedro C. Pomero, que nos manda íntimas postales desde la médula del infierno. El mundo celestial de Fischli u Weiss, comparte su "territorio personal" con la belleza de Basura de Ewans y las fachadas de edificios tatuados por la poesía graffiti de Sol le Witt On the Walls of the Wowed. El Recorrido diario de Francesc Abad construído a base de los objetos que se convierten en la memoria exterior "empadronada" en nuestros bolsillos, está al lado de una herida abierta de Wladyslaw Strzeminski que alimenta nuestros ojos con los trozos del horror de holocausto.


Es la exposición para todo el público? se supone que no. Teniendo en mente la dura estadística que confirma que el espectador dedica sólo 3 segundos de su vida para contemplar una obra y viendo el vídeo de Baldessarí que enseña el alfabeto a una planta... pensé: "imposible!". Pero viéndola de nuevo, y notando como lo visto se borra de mi memoria y hace un hueco para lo nuevo, me di cuenta que en el caso de Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas? más que nunca, nos pertenece el derecho a perderse en el laberinto de la muestra, porque no las obras, sino los diálogos entre ellas, son las que toman realmente el protagonismo y el espectador tiene toda la libertad de editar (conscientemente o no), su propio atlas de éstas conversaciones.


viernes, 10 de diciembre de 2010

REORGANIZAR LA MEMORIA

ATLAS, ¿Cómo llevar al mundo a cuestas?

¿Existe la posibilidad de construir un itinerario iconográfico de la memoria europea sin axiomas, jerarquías ni catalogaciones preestablecidas que limiten nuestra mirada? ¿Qué ocurriría si abriéramos nuestros sentidos al mundo de lo sensible e interpretáramos la Historia del Arte de manera alternativa?

Esa fue la voluntad del historiador alemán Aby Warburg (1866-1929), que durante cinco años trabajó en el proyecto Atlas Mnemosyne; una fascinante colección de imágenes heterogéneas de la historia de Europa que distribuyó (con un orden aparentemente azaroso) sobre setenta y nueve paneles móviles de tela negra.

Aunque Warburg murió dejando su obra inacabada, su legado ha sido protegido y divulgado por el Instituto Warburg en Hamburgo, y recientemente, el filósofo e historiador del arte Georges Didi-Huberman (su heredero intelectual que ya escribió sobre éste L’image supervivante, 2002) ha comisariado en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía la exposición “ATLAS, ¿Cómo llevar al mundo a cuestas”, una impresionante continuación de su testamento metodológico, que podrá visitarse hasta el 28 de marzo de 2011.

ATLAS es un inmenso cajón de sastre donde obras de innumerables artistas y pensadores contemporáneos se combinan con una sintaxis inusual. Encontramos las más variadas recomposiciones de piezas en mesas y tableros; fotografías, montajes, enciclopedias, retratos, mapas y paisajes conviven en mosaicos posmodernos sugiriendo ritmos discontinuos, imágenes ocultas, desvelando secretos, desenterrando espectros. Una revisión cultural que encierra en el mismo arca prosa y poesía, lo sublime y lo popular.

Al igual que los diagramas de Bochner, las obras adoptan distintas formas para producir significados ocultos. Las relaciones van de la analogía figurativa (en la radiante armonía industrial de los depósitos de agua de Bernd & Hilla Becher, la reinvención del viaje a través de las postales de las postales de Alighiero e Boetti) a la repetición con variaciones (las singulares quemaduras solares de Ross, las inquietantes corrientes de humo de Éttiene Jules Marey), o el contraste formal y semántico (no podían faltar los hipertextos audiovisuales de Godard y Farocki, que evidencian al montaje cinematográfico como la herramienta paradigmática de alteración de discursos de nuestro siglo).

Esta exposición está dirigida a un espectador inteligente, que además de tener el tiempo y la predisposición necesaria para observar cada una de las particularidades que no se aprecian en un vistazo general, sean capaces de refutar las premisas aprendidas y trazar nuevos caminos hacia una forma de pensar en imágenes. Si bien estoy diciendo que sea una muestra exclusiva para eruditos, creo que sí obtendrán un mayor disfrute aquellos que sepan establecer conexiones intelectuales que impliquen conocimientos interdisciplinarios (políticos, antropológicos, psicoanalíticos). Los instruidos en las distintas corrientes culturales y artísticas del siglo XX podrán leer transversalmente, profundizar en los discursos y captar los síntomas latentes.

No obstante, creo que el intelecto no es la única clave para entender esta exposición. No es casual que las imágenes prevalezcan a los textos; hay una clara alusión a la intuición y a la la imaginación, aunque esta sea personal, subjetiva, fragmentada, y a veces pueda engañarnos. Al saber también se accede por caminos que no son racionales ni inteligibles. Si para Platón el mundo sensible era una copia defectuosa del mundo inteligible, para Warburg y Huberman, es posible encontrar un conocimiento verdadero a través de lo imaginario, lo volátil y lo temporal, sobre todo en el mundo contemporáneo, constantemente dislocado.

Adrián Silvestre.


ATLAS. CÓMO LLEVAR EL MUNDO A CUESTAS, MNCARS

EL ATLAS DE DIDI-HUBERMAN

Inés Plasencia Camps

La exposición “Atlas. Cómo llevar el mundo a cuestas”, tiene lugar en el Museo Reina Sofía hasta el 28 de marzo y está comisariada por el filósofo francés Georges Didi-Huberman. Toma como punto de partida la revolucionaria manera de entender la Historia del Arte de Aby Warburg, uno de los más importantes referentes del comisario, autor de La imagen superviviente, y que entre 1925 y 1929 llevó a cabo, aunque nunca terminó, su proyecto más ambicioso: el “Atlas Mnemosyne”, un atlas de la memoria.

En una serie de paneles, Warburg reunió un número de imágenes para reescribir la Historia del Arte, una historia que cobraba otro sentido cuando estas imágenes ocupaban el lugar que, según él, les correspondía. Podían combinarse de tal forma que hablaran de una historia subconsciente de la cultura; incluso juntando imágenes alejadas en el tiempo y en el espacio, podrían explicarse unas a otras. En definitiva, Warburg quería escribir una Historia del Arte con imágenes, algo que en cine concibió también Godard en su Histoire(s) du Cinéma, que nos hace pensar en Walter Benjamin, y en literatura, cómo no, Perec, que con breves recuerdos escribió la historia de su vida.

“Atlas” reúne la obra de un gran número de artistas, pertenecientes en su mayoría al siglo XX, que, con esa misma inquietud, intentaron escribir la historia, otra historia, de lo que les rodeaba, haciendo hincapié en lo que habitualmente no se quería ver. Se trataba de repensar el mundo, de inventar nuevas reglas del juego. Enseñar el abecedario a una planta, como John Baldessari; poner el mundo al revés, como Robert Fillou; escribir un atlas en blanco, como Lewis Carrol; denunciar los abusos de las agencias inmobiliarias, como Haacke; enseñar los paisajes del suelo, como Alan Fleischer. Un gran número de propuestas, todas de enorme interés y frescura, para ese milagro que ha escrito con imágenes Georges Didi-Huberman: una historia del arte del siglo XX que se escribe en términos de diásporas, repeticiones y fragmentaciones. Que escribe el mapa del mundo con postales que lo atraviesan con una información vital: la hora del despertar, como hizo On Kawara. Que describe la vida del artista mediante los billetes del tren que le llevan a su trabajo, ése que le impide precisamente serlo, como hizo Francesc Abad. Richter, Broodthaers, Marx Ernst, Georges Brecht… Demasiados para nombrarlos a todos sin perder de vista la esencia capaz de reunirlos. Además, quizá mejor no caer tampoco demasiado en esa Historia de los Nombres.

Georges Didi-Huberman ha conseguido, además, trasladar a la sala de un museo la misma humildad y respeto con la que trata siempre a su lector o a su oyente. Ha “repensado” una historia capaz de alcanzar a todo aquél que se interese por detenerse, por leer los textos, por mirar pieza por pieza y después la exposición en su conjunto. La exposición es igual de disfrutable para el entendido que para el recién llegado siempre y cuando, eso sí, esté atento y abierto. Quizá la exposición no sea fácil, pero es fluida como un río, comprensible como una imagen. Otra cosa (otra riqueza) es que tenga múltiples lecturas. Pese a su gran envergadura, resulta entretenida y tiene incuso momentos de gran comicidad. En definitiva, enseña y despierta al buen conocedor de la Historia del Arte y al curioso, eso sí, siempre y cuando lo sea. No existe la mínima concesión; sólo un profundo respeto por el Otro.

La conexión entre las obras es precisamente otro de los elementos más interesantes, si volvemos a Warburg y recordamos que también nos advirtió de que no podemos entender nada, tampoco las imágenes, si no entendemos el vacío, las lagunas que existen, si no asumimos todo aquello de lo que nos privó la destrucción: las imágenes que no están. Éstas se comunican en una suerte de dialéctica que contempla lo que entre ellas se esfumó, que se colocan, como escribe Didi-Huberman en uno de los textos que podemos leer durante la visita, como sobre una mesa. Sólo observándolas “según su cualidad particular” hablarán entre ellas y nos hablarán. Y sobre todo, exigirán de nosotros toda nuestra imaginación, rasgo característico del que aspira a aprender algo.

ATLAS MNEMOSYNE

Las pupilas se dilatan esforzadamente y el ojo ejerce de antesala donde la imagen apenas habita un fragmento de segundo antes de sumergirse en algún lugar de nuestro entendimiento, depositario magma donde se construye cada realidad visual de la existencia humana cuyo ágil transporte recuerda al maletín del gran Duchamp. Allí, en lo que sería el garbhagriha del ser pensante, es decir, la cámara uterina del intelecto, se entrelazan, golpean, descomponen, abrazan, distancian, fusionan o componen múltiples imágenes que producen un jugo cuyo sabor puede resultar tanto dulce como amargo, cuando no insípido, pero que va construyendo un andamiaje que será fundamental para trazar una historia del arte ajena a simplificaciones pueriles, a dogmatismos de manuales al uso, o así al menos lo entendía Aby Warburg. En 1927, Lev Kulechov, pionero del cine soviético, publicaba El arte cinematográfico, un texto en el que exponía lo que poco después acabaría tomando carta de naturaleza como efecto Kulechov, y donde abordaba el hecho de que al yuxtaponer dos imágenes con un contenido determinado resultaba una tercera en la mente del espectador, es decir, ya fuera por analogía o disimilitud, la interrelación de dos figuras llevaba a crear una imagen adicional fruto de dicha acción. En al campo de la historia del arte fue Warburg quien, como señala el comisario de la exposición Georges Didi-Hubermann, transformó el modo de comprender las imágenes e incorporó la idea de la memoria inconsciente para la comprensión del arte. Esto se explica por ejemplo cuando emerge una propuesta novedosa en campo del arte, ya que mientras algunos historiadores o críticos consideran que es producto de la superación u olvido del pasado, Warburg o el mismo Didi-Hubermann piensan que ha sido la memoria la que ha recuperado el inconsciente del pasado y por consiguiente ha ejecutado su trabajo a partir de dicha recuperación. Lo que pretende Didi-Hubermann con esta exposición, más allá de poner de relieve la labor de Warburg, es retomar la reflexión que ha ido menguando progresivamente en los museos a su juicio, excesivamente dominados por los mercados, y propone que la mejor arma contra la especulación económica es la especulación filosófica. Por tanto, el historiador francés toma como referencia el inacabado Atlas Mnemosyne que configuró Warburg entre 1924 y 1929 para sugerir un sofisticado viaje que penetre más allá de la epidermis del arte y con la sutileza pero decisión de un cirujano bisturí en mano, corta decididamente hasta que fluye la sangre de la que hablara en La pintura encarnada, donde leucocitos, hematocritos y glóbulos multicolores se unen en la imagen de un todo, en un atlas vital y artístico heterogéneo. Walter Benjamin señalaba que la verdadera historia del arte no tenía que ocuparse de contar la historia de las imágenes mediante un relato o una crónica, y añado yo, o atendiendo a cuestiones meramente cronológicas, que no es otra cosa que un ejercicio de flagrante simplificación, sino que había de acceder al inconsciente de la visión mediante un montaje interpretativo, que no deja de ser análogo a la afirmación de Victor Sklovski cuando apuntaba que lo importante no era saber qué eran las imágenes, sino cómo funcionaban. En esta línea, lo cierto es que la propuesta expositiva de Didi-Hubermann, con sed de trascendencia, pretende golpear en la conciencia de los historiadores del arte y abocarles a una reflexión necesaria e incluso enderezar el timón de un barco que parece ir a la deriva y en el mejor de los casos acabará encallando en la complacencia irreflexiva. Esto implica que no es una muestra accesible a todo el público, es compleja y a veces incluso árida, destinada a un espectro de la sociedad que esté en posesión del carnet de iniciado. Las miradas escudriñan paredes y vitrinas en busca de las imágenes conocidas de Klee, Rauschenberg o Sol LeWitt, pero a cambio reciben una carta de invitación a desengrasar la maquinaria del pensamiento, lo que podría ser recibido como algo pretencioso o en el mejor de loa casos como un revulsivo para dicha actividad.

Jorge Cruz

Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?

“Tal vez no exista reflexión ni contestación política acerca de la historia contemporánea sin una actitud genealógica y arqueológica que revele sus síntomas, sus movimientos inconscientes” Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?
Del 26 de Noviembre 2010 al 28 de Marrzo 2011. Museo Nacional Centro de arte Reina Sofía.

Más que un método de conocimiento, el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, nos propone que la Historia tiene la misma estructura de un sueño. Se trata de una memoria inconsciente que opera y se hace valer por medio de imágenes, donde las palabras poco importan si no es cuando aparecen como puro significante. En la Historia, como en el sueño, lo que hay son trazos, flashes, pedazos de realidad que despiertan sensaciones. El pasado retorna al transgredir las barreras que obligan a olvidar, a dejar atrás, a vivir la vida como si nunca nos hubiera pasado nada, como si las heridas y los traumas que sufrimos jamás hubiesen existido y no hubieran dejado las huellas de la amargura y el dolor. El sueño trae a cuentas “los dispar (at) es y los desastres”. En el sueño, hay también restos diurnos, trozos de la vida cotidiana de la que poco nos percatamos, detalles en los cuales no creímos reparar. Allí somos como los artistas, esos “niños traperos arqueólogos” que encuentran sentido a la existencia de lo inusual o de lo ya desechado. Están también las preguntas, los misterios de la sexualidad, de la muerte, del paso del tiempo, de la vida, de los fenómenos que nos alcanzan desde fuera. Y están los deseos. Esos que se proyectan como locura e invención, como rareza y que son los responsables de los cambios, de la aparición de nuevas formas. El Atlas, como el sueño, “recoge el gran troceamiento del mundo” . Las imágenes, sin relación cronológica, se superponen unas a otras, enviando las palabras a un tránsito interminable. Es el espectador el que, al somarse a los diferentes puntos, a las diferentes esquinas y al aportar su propia experiencia y vivencia, les aporta sentido. El espectador se vuelve él mismo, parte de aquellos cuadros. De allí la sensación de haberse adentrado en un laberinto al cruzar el umbral que da paso a los 20 espacios que Georges Didi-Huberman ha elegido para presentar la gran obra de Aby Warburg.

Georges Didi Huberman ha respetado el anarquismo que Warburg prefirió para que la Historia pudiera sobrevivir. Si se organiza, si se explica, el discurso oficial caerá sobre ella y la aplastará. Warburg fue el protector de la Historia de Occidente, de esa no contada, la que está viviente, detrás de bambalinas, labor por cierto, muy pesada. Warburg es Atlas. Renunció a la labor de administrar la herencia económica familiar a favor de proteger nuestra frágil memoria. Su idea desde siempre, fue de poner a disposición de la educación pública su verdadera fortuna, la que realmente le interesaba. Sesenta mil volúmenes, notas, 20000 fotografías, las memorias de sus múltiples viajes, sus estudios de psicología, medicina, historia del arte, historia de las religiones y sus recorridos multiculturales. Tanta carga, tanto esfuerzo, le costó el sufrimiento de fuertes depresiones y síntomas de parafrenia. La I Guerra Mundial y esta difícil experiencia le hicieron atrasar la apertura de su Biblioteca hasta 1926, la cual comenzó a organizar desde 1909.

Este hombre erudito, que nació en 1866 y murió en 1929 y que se hizo acompañar por Mnemosyne , la personificación de la memoria en la mitología griega, la titanesa hija de Gaia y Urano y madre de las 9 musas de Zeus, es reencontrado no sin sorpresa, por cada uno de los asistentes a la exposición. Se les ve capturados por las imágenes, recorriendo los blancos salones del Museo Reina Sofía, asombrados y desconcertados por los trozos dados a ver de cine, fotografía, periódicos, telas, flores secas, anotaciones, colecciones, cajitas, postales, de poetas, pintores, filósofos, escritores. Todos un poco o completamente locos, ciertamente iluminados.
La labor de Georges Didi-Huberman es notable. Nos hace saber como espectadores que no podemos huir de la responsabilidad que nos compete en la elaboración simbólica de la memoria histórica de Occidente, y así, pretende liberar también a Warburg, post- mortem, del enorme peso de haber cargado sobre sí lo que nos corresponde a todos.

Priscilla Echeverría

domingo, 28 de noviembre de 2010

DE LA REPETICIÓN DE LO EFÍMERO AL ABURRIMIENTO PERMANENTE

Durante apenas dos meses las salas de La Casa Encendida de Madrid albergan la que ya ha sido etiquetada como “la primera muestra de arte efímero en España”, esto es, un tipo de manifestación artística que conjuga la utilización estética del espacio con la creación de un tipo de obras cuya existencia física es limitada, pasajera, debido en gran medida a los materiales y las técnicas utilizadas, cuando no intangible. Los comisarios encargados de abanderarla son la inglesa Flora Fairbairn y el francés Olivier Varenne, ya involucrados es proyectos precedentes de índole similar. Fairbain, creadora de la promotora artística Flora Fairbain Projects, se ha caracterizado por la transformación de espacios en desuso o salas de exposiciones temporales desde el año 2000. Por su parte, Varenne es comisario jefe del departamento de arte contemporáneo del Museum of Old and New Art (MONA), en Australia. Ambos han seleccionado un total de trece artistas cuyas piezas tratan de interpelar los sentidos del visitante, provocar emociones, estimular recuerdos, despertar deseos o transmitir sentimientos, jugando con nuestra memoria y capacidad asociativa, sin embargo, lo que a priori se perfila como un importante y jugoso paso adelante en el arte contemporáneo patrio en un panorama donde los jardines impresionistas despiertan elevadas pasiones, acaba por sustentarse en un débil andamiaje, sin fuerza, donde las expectativas se ven truncadas salvo por ocasionales destellos. A pesar del interés que supone la mutabilidad de unas piezas que cambian constantemente, otorgando a cada visita el don de la novedad, cabría esperar más de algún artista que comienza a ser reiterativo en sus obras, pues a pesar de que desde La Casa Encendida se afirma que la mayoría de las piezas se han creado para dicho lugar, sería más riguroso afirmar que han sido “adecuadas” para sus salas. A modo de botón de muestra, se puede contemplar la instalación del músico C. Boursier-Mougenot, Fron here to ear, quien ha dispuesto una serie de instrumentos musicales en los que al posarse unos pájaros se crean las notas de una música irrepetible y, aunque el planteamiento es interesante y ésta es la variación 11, desde que presentara dicha obra en el Contemporary Arts Centre de Cincinnati, en EE.UU. allá por el año 2000, parece haberse encasillado en lo mismo. Semejante concepto abstracto de la música como interpelación fugaz y pasajera es el que ha llevado a Gregorio Zanon a crear una performance interactiva más aburrida que atractiva. A. Gallaccio, fiel a sus trabajos con materia orgánica desde 1992, propone una habitación cuyas paredes se cubren con chocolate, todo un estímulo a los sentidos, la misma senda por la que camina C. Morgan aunque con peor suerte, con una instalación donde conjuga fresas y animales disecados que viene haciendo desde 2004. Decepcionan dos pesos pesados como A. Goldsworthy y R. Signer con unas videoproyecciones que rayan el anacronismo y K. Kraus vuelve a presentar una obra creada en 2006 para la Galerie Neu de Berlín a base de un bloque de hielo, tinta y una bombilla, de la que tan sólo queda la huella como la silueta de un cadáver. M. Creed expone la pieza que le valió el Premio Turner 2001, propuesta controvertida y discutible, quizá ahí esté su grandeza; M. Blazy promete desagradar con su cripta, y lo consigue; pero lo más destacado se debe a C. Shiota y a T. Seghal. La japonesa propone algo tan efímero que sea nuestra propia mente la que los construya y lo destruya mientras que Seghal, al no consignar cartela informativa ni permitir que se grabe lo que realiza, consigue que This is propaganda se esfume casi al instante, ¿no es eso la esencia de lo efímero?

Jorge Cruz.

viernes, 26 de noviembre de 2010

On&On

On & On. Nuevos planes, idénticas estrategias.


Hata el 16 de Enero se puede visitar en La Casa Encencidad la exposición On&On, comisariada por Flora Fairbairn y Olivier Varenne. Han sido los encargados de seleccionar 13 artistas que exponen su obra con la etiqueta de “ arte efímero”. Bajo esta denominación encontramos diferentes propuestas aglutinadas en torno al concepto de arte perecedero que articula un discurso basado en el instante, en el ahora, el presente como arma de juego.

Por ello, muchas de las obras que se pueden visitar cambiarán de forma durante el trascurso de la exposición. Así vemos como Cripta de Michel Blazy expone una cueva llena de alimentos en descomposición ( se recomienda coger una mascarilla) o Ania Gallacio en Stroke/Aspic reúne una serie de velas que se van consumiendo a la vez que crean un extraño olor a iglesia vestusta.

La apuesta perfomática de Thino Shegal, donde una mujer vestida de guardia de seguridad canta “This is propaganda”o Gregorio Zanon con un elemento azaroso en su perfomance al piano, inciden en el arte como forma interactiva.
Otras obras poseen un grado conceptual más elaborado como In Silence de Chiaru Shiota donde una maraña de lana esconde un piano envuelto en sillas vacías que conduce hacia una releflexión sobre la ausencia.
Una de las videoinstalaciones( Roman Signer) pierde su significado debido a la mala ubicuación – encima de una esclaera- y la otra de Andy Goldsworthy, se reafirma en la captación de lo invisible.
Steiner y Lenzlinger en Conference reflexionan sobre la materia, un tipo de fertilizante va colonizando diferentes instrumentos y material de oficina y Celeste Mougrenot en From here to ear juega con las modulaciones de la música gracias a unos pájaros sueltos que posan sobre las guitarras y bajos, lo que produce una cierta desorientación ¿estamos en un zoológico?

Según la autora del catálogo, R. Campbell, existe una “ magia del instante pasajero, la poesía del presente”.Insistir en el arte efímero como una poética infraordianaria o infraleve -por tomar un concepto de Perec o de Duchamp- no es algo nuevo.Por ello llama la atención que uno de los reclamos publicitarios de la exposición sea “la primera exposición dedicada al arte efimero,” ya que el tema no es novedoso ni mucho menos.

Trabajos que son creados en un determinado contexto- site specif- y que cambian a lo largo del tiempo hasta desaparecer han sido una constante en la Historia del Arte( el conceptual, las perfomances, los happenings,el land art...)Por ello el elsogan utilizado y el componente novedoso no cumplen con las expectativas creadas.Si en cambio, responden a un tipo de exposiciones que atraen a cualquier visitante; se configuraría mas bien como un arte que si es momentáneo en cuanto duración, también es perecedero en cuanto a público. Se trata pues de una exposición creada para atraer a todo tipo de visitante y recomendada para menores de edad (por el atractivo lúdico que algunas obras encierran). Una exposición donde el componente estético y sensorial prevalece sobre un discurso pobre en cuanto a un contenido conceptual articulado.
“Esto queda bonito” fue una de las frases que escuché a una de las señoras que visitaba una sala. Puede ser bonito señora, pero, ¿ porqué contentarse con tan poco?.


Irene López

On&On (o la fugacidad pretendida)

Puede resultar paradójico que una exposición de arte efímero me remita a obras de arte del pasado. O no. Quizás sea una prueba más de que, pese a la fugacidad de la materia de la que están hechas las obras (o las personas), el arte sí que permanece en el tiempo. Y es que, al fin y al cabo, esta exposición va sobre eso, sobre el tiempo y su impacto en la vida, sobre su paso inevitable, sobre su sigilosa e inadvertida presencia.
Por ello, aunque perecedera, la muestra que La Casa Encendida acoge desde el 19 de noviembre de 2010 al 16 de enero de 2011 y que ha sido comisariada por Flora Fairbairn y Olivier Varenne me remite a las arcas de la Historia del Arte. Por ilustrar, en la obra de Shiaru Shiota, Silence, una maraña de hilos negros llena la mayor parte del espacio de una habitación donde también hay un piano. Tanto el título en sí, como el instrumento, evocan la instalación en la que Joseph Beuys en 1985 colocó un piano cerrado dentro de una habitación recubierta de fieltro. El silencio y el aislamiento en ambas es flagrante. La materia orgánica en descomposición de Crypte, la obra de Michael Blay, muestra la cara más repugnante de la acción del paso del tiempo: el olor pestilente de lo material en putrefacción y su conversión en otro elemento; si bien es cierto que, ya en los años setenta, Peter Hutchinson, artista de landart, colocó 300 kilos de pan envuelto en plástico en el cráter del volcán de Paracutín, en México, para documentar este proceso biológico de la conversión de una sustancia en otra: de pan en moho. Claire Morgan, en la muestra, también analiza este tipo de procesos, aunque desde una perspectiva más estética ya que, en vez de utilizar elementos tan prosaicos como el pan, recurre a uno de mayor lirismo, las fresas, un detalle que, quizás y para bien, agudiza aún más el contraste visual que acontece a la transformación química. Volviendo a la idea de landart, tan ligada a lo efímero, no puedo evitar relacionar en un punto la obra de las luces que se encienden y se apagan de Martin Creed con los pararrayos de Walter de María de finales de los setenta, ambas aluden a lo intangible, a lo intermitente o lo inconstante. Por otro lado, Andy Goldsworthy, a quien se puede considerar como uno de los continuadores de esta generación de artistas de la tierra, también tiene una obra en la exposición: un vídeo que muestra cómo la huella de su silueta queda impresa en el suelo de Nueva York tras la lluvia y cómo luego ésta desaparece sin más cuando él se marcha. A propósito de siluetas, no he podido evitar recordar a Ana Mendieta, para quien el tema central de su obra fue siempre su figura.
La idea de lo efímero no es, por tanto, precisamente novedosa dentro del arte ya que existen precedentes evidentes. Sin embargo, si lo efímero durante el arte del siglo XX había girado en torno a dos polos: uno más pragmático, que retaba a los engranajes especulativos del sistema del arte mediante el uso de lo efímero como forma de robarle a la obra su posible plusvalía, y otro polo, más metafísico o reflexivo, como constatación del paso del tiempo, de su acción, de la evidencia de la muerte, de la utopía de la permanencia humana, de sobrevivir a su propia destrucción, la exposición actual no expresa una evolución coherente del arte. Me refiero a que estas obras, en gran medida, han obviado la herencia pragmática de sus predecesores, suponiendo, grosso modo, un vago recuerdo más epidérmico que sustancial de algo que no sólo pretendía hablar de la fugacidad del tiempo, sino además, transgredir el arte.

Lidia Mateo Leivas

LA HUELLA DEL OBJETO

Sobre la exposición On & On, en La casa encendida.


Desde el pasado 19.11.2010 hasta el 16.01.2011 La Casa Encendida presenta On & On, una exposición colectiva donde trece artistas de nacionalidades y generaciones distintas experimentan con la naturaleza efímera del arte. Trece obras forjadas con materiales perecederos y actos fugaces, donde el viaje es más importante que el destino, y el proceso más significativo que el producto final. Pero este proceso resulta muy variable;


Algunas obras muestran directamente la transformación de la materia: la impactante The conference, de Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger, donde salvajes colonias de cristales se apoderan de una oficina, desafiando la frontera entre lo natural y lo artificial, el deshielo ennegrecido de Kitty Kraus o la pestilente y literal descomposición en La cripta, de Michel Blazy, cuya fuerza creativa emerge, paradójicamente, de la propia destrucción de la muerte.


Otros artistas escogen un momento fugaz, lo detienen en el tiempo y se recrean en él. Es el caso de Claire Morgan, que construye una imagen congelada para sugerir el estatismo de la muerte, de Roman Singer, en cuyo microsuceso la dilatación se convierte en espectáculo, o de Andy Goldsworthy, que revela los efectos del tiempo a partir de la desaparición de una sombra seca.


La música del azar es el objeto de otras dos propuestas; en mi opinión las más interesantes. Una es Exercising Limited Freedom, de Gregorio Zanon; una interpretación al piano que explora el vínculo entre música y la escultura, a través de patrones geométricos de notas y motivos y una puerta abierta a la improvisación. La otra es Aviario sónico, Céleste Boursier-Mougenot, un singular espectáculo de música involuntaria de cuarenta pinzones, que en función de la circulación de los visitantes, se posan sobre platillos y trastes de bajos y guitarras.


Otra estrategia recurrente es la activación de la memoria; en la débil propuesta Stroke/aspire, de Anya Gallacio, donde más allá del evidente juego olfativo no encuentro las claves psicoanalíticas de las que habla la artista en su discurso, amén del uso manido del círculo para reflejar el eterno retorno y la inmortalidad del proceso de creación. La memoria también es protagonista en In Silence, de Chiharu Shiota; una afirmación de la pérdida de la voz, cuyo recuerdo es bello. Una obra de ingeniería que destaca sobre las demás y sin embargo difiere de la premisa principal planteada en la muestra.


Y es que los comisarios Flora Fairbairn y Olivier Varenne no han sido del todo rigurosos con la coherencia temática entre las trece instalaciones (no todas las las obras se transforman a cada momento, como reza la nota de prensa, ni cualquier obra de site specific plantea de por sí cuestiones inherentes al arte efímero), aunque sí resulta loable el sumo cuidado estético con que han concebido la exposición. No es casual que Flora haya dirigido el Concrete and Glass, un festival de artes plásticas y escénicas; On & On es como un gran montaje escénico que reafirma la experiencia estética y la magia del instante, con presencias inesperadas y efectos de extrañamiento. El espectador, si bien no es el actor principal, participa activamente y da sentido a las obras, que evocan recuerdos y sensaciones universales. Un público de lo más abierto y heterogéneo puede interpretar distintos niveles de lectura y experimentar su propio descubrimiento emocional. Este fenómeno me parece un hecho positivo, pues como dice Howard Hussey: la segregación elitista de la vanguardia no es culpa del arte sino de la sociedad.


En conclusión, en una sociedad en la que las perspectivas de futuro son cada vez son inmediatas, es inevitable que el arte efímero vaya adquiriendo legitimidad en museos e instituciones. El valor expresivo de una obra no debería basarse en su materialización, sino en las ideas que ésta genera en nuestra memoria, en las huellas que prevalecen cuando el objeto ha desaparecido. Esta no es una idea nueva; ya desde Duchamp se cuestiona la concepción del arte como objeto, y el site-specific ya era explotado durante los primeros happenings y performances. Sin embargo, On & On presume de ser la primera exposición de arte efímero en España.


Adrián Sivestre.

Del 19 de Noviembre al 16 de Enero 2011: On & On en LA CASA ENCENDIDA

Blazy/BousierMougenot/Creed/Fornieles/Gallaccio/Golsworthy/Graus/Morgan/
Sehgal/Shiota/Signer/Steiner&Lenzlinger/Zanon.

La bienvenida a la exposición nos la dan los curadores desde la pared, donde nos señalan que las obras que veremos, de arte efímero, son una respuesta de trece artistas (catorce!) a la condición de control del mundo en que vivimos por parte de los medios.

El catálogo es muy completo pero un tanto pretencioso. El texto de Hussey me parece abigarrado, sin un hilo conductor que sea un punto de referencia para orientarse en cuanto a la obra. En seguida, nos enfrentamos a un escenario escindido entre dos cuerpos de salones en dos pisos, separados por el pasillo central, lo que produce una cierta dificultad de orientación. Se termina con la sensación de que uno pudo haberse perdido de ver alguna de las obras. Y en mi caso de todas maneras fue así porque en mis dos incursiones no logré encontrar las performances de Eloise Fornieles y Tino Sehgal.

La muestra cuenta con artistas de experiencia y/o de presencia en museos de prestigio internacional con inquietudes que no necesariamente coinciden con las anunciadas por los curadores, lo que ya de por sí, deja en el aire un interrogante. Como arte efímero propiamente, en la medida en que de ello no quedarán huellas más que las trasliteradas a otro medio, se presentan los trabajos “La Cripta”, de Michel Blazy y “Down time” de Claire Morgan. Desde perpectivas muy diferentes, ambos abordan la realidad de la decadencia y de la muerte. En el caso de Morgan, un gesto de melancolía se desprende de su concepto del paso del tiempo sin mayor trascendencia filosófica mientras que en Blazy se trata del aprecio por la vida que se encuentra en lo que normalmente significamos como descomposición y muerte.

Chiharu Shiota, encierra un piano y sillas quemadas en una intrincada telaraña de hilos de lana negra, como memoria de una fuerte impresión de su infancia cuando un incendio hizo enmudecer el piano del vecino. La confrontación con la posibilidad real de que la voz se pierda, la pone en contacto con la palabra interior. Es la manifestación de esta palabra viva pero silente que grita desde la madera quemada del piano y las sillas. Trabajo logrado con gran sutileza.
Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger habían ya presentado una obra en la Casa encendida en el 2003 y esta vez, nos traen una aliviante propuesta anti-globalización donde la imagen resulta mejor metáfora que la información grosera del catálogo.

Sorprende la leve referencia que se hace al “Work number 227” de Martin Creed que generara una enorme polémica al ganar el premio Turner del 2001 a pesar de que es una excelente ocasión para reintroducir la pregunta por el valor artístico de algunas propuestas. En ese sentido, no se menciona para nada que la obra llamada “Intervalos”, donde se encuentra el trabajo de “hielo, tinta, bombilla”, de Kitty Kraus, fue solicitada por el Museo Guggenheim de New York para ser presentada de Octubre a Enero del 2010, otro punto también polémico dada la corta trayectoria de la artista. Estamos en presencia de una obra relevante por la discusión que podría abrir con respecto al arte contemporáneo y al sistema del arte en sí, pero que no ha sido tomada por ese costado, sino que da la impresión de que el interés es más consistente con la práctica de promover artistas dentro de una red muy actual que involucra la “business administration”. Los curadores, Flora Fairbairn y Olivier Varenne se dedican a la visibilización de la obra de artistas. Fairbairn además promueve internacionalmente a los artistas cubanos y da soporte al arte emergente a través de un sitio web y maneja una galería en Londres. Varenne es curador y comprador de arte del Mona de Hobart y realizó estudios en el área de Administración de Negocios.


Priscilla Echeverría

jueves, 25 de noviembre de 2010

Arte Efímero: pasen y vean.


On & On se presenta al público con el sensacionalismo de un espectáculo circense, el uso de materiales perecederos, como fresas, chocolate o patata, pájaros que tocan notas al azar o la recreación del viento frío y húmedo del atlántico han levantado gran expectación y las multitudes hacen cola para ver en acción a los pájaros del francés Céleste Boursier-Mougenot, como si de una atracción de circo se tratara. Los comisarios Flora Fairbairn y Olivier Varenne han reunido en La Casa Encendida la obra de 14 artistas internacionales agrupados bajo el tema del arte efímero.


La exposición constituye lo que se conoce como un ¨blockbuster¨, concebido para atraer el interés de todos los medios de comunicación y disparar las cifras de visitantes. Si bien no hay muchas ocasiones en las que se pueda asistir a una muestra colectiva de arte efímero, el fenómeno nos permite hacer una reflexión sobre “el género” (siguiendo en el símil del cine). Es difícil contemplar obras de arte efímero sin evitar pensar como fueron en el pasado y como serán en el futuro, sabes que lo que ves, es único en ese instante, que por su naturaleza transitoria el conjunto de la muestra es diferente en cada momento y que es imposible ser testigo de todo el proceso. El principio que sostiene el arte efímero es precisamente ese, que no podemos abarcar todo en la vida, y la visita, como nuestro propio paso por la vida, es efímera, pero eso no significa asumir que solo sea una parte del todo, sino que ya es un todo en sí mismo.

El espectáculo en que se convierten estas obras me plantea preguntas: ¿es arte o entretenimiento? ¿es la experiencia de ¨haberlo visto¨ lo que nos interesa o nos quedamos con algo más? ¿En qué manera puede el arte efímero transcender en la historia del arte desde su naturaleza no objetual, no almacenable?


La muestra se extiende por todo el espacio de La Casa Encendida y destaca la utiización de las zonas de paso. En mi opinión precisamente una de las piezas visualmente más interesantes la encontramos en una de las escaleras, Down Time de Claire Morgan, donde fresas suspendidas de hilo de nylon crean un tapiz de color intenso que ha sido atravesado por un grajo negro. Los hilos de nylon forman una telaraña óptica, haciendo de nuevo alusión al paso del tiempo. La instalación funciona como un cuadro en tres dimensiones y nos proporciona múltiples encuadres, según nos situemos frente a ella. A continuación también de gran fuerza visual la representación bella y siniestra del recuerdo de un incendio de Chiharu Shiota. Después, los trabajos más efectistas comienzan en una habitación pintada de chocolate y las lámparas de velas de Anya Gallacio, la actuación desafinada de una guarda de seguridad por obra de Tino Sehgal, la versión realista de una cripta de Michel Blazy, la visión apocalíptica del triunfo de la Naturaleza sobre la sociedad tecnológica en The Conference de Gerda Steiner y Jörg Lenzlinhger, la actuación al piano de Gregorio Zanon customizada por el público o Eloise Fornieles en persona recogiendo mensajes desde su barco en el patio. Entre los que despiertan menos exclamaciones, las piezas de Roman Signer, Martin Creed, Kitty Kraus o Andy Goldsworthy. Y es que parece que la reacción del visitante se reduce a dos interjecciones: oh! (de sorpresa) y ajá! una vez conoce la historia que hay detrás.


gm

“On&On”. ¿Lo efímero tiene que morir?




Marcin Franciszek Rynkowski


De las fresas jugosas a un cádaver podrido, de la ausencia de la presencia al espejismo de nuestro pasado, de la destrucción creativa a la creación destructiva. ¿Cuál es la distancia? ¿Cuánto dura el viaje? Un instante. Ésa es la respuesta de algunos de los 13 artistas en la exposición "On&On" que se inauguró día 18 de noviembre en La Casa Encendida(Caja Madrid).


La "primera muestra del arte efímero en España"de 14 obras, comisariada por Flora Fairbairn y Olivier Varenne, hace un tributo a las raíces del arte efímero de finales de los años 50 (el site specific, el arte de acción, el arte conceptual, el land art, que sustituyeron la valoración del objeto en sí por la idea que lo ha creado) e intentan convencernos de que La Casa Encendida es el único sitio donde las obras pueden manifestarse y dejar las huellas de su "fugaz" existencia en la memoria de los espectadores.


Las dudas aparecen cuando vemos las transparentes propuestas de Roman Signer y Andy Golsworthy, que han eternizado el momento efímero en el material sólido de vídeo y cuando nos enteramos que las propuestas como el “circo” de las partituras sin sentido de los diamantes mandarines de Céleste Boursier Mougenot, y la obra de Martin Creed, que ilumina y esconde la “nada” escondida detrás de su proyecto, viajan por el mundo del arte recalentándose desde hace 9 años.


Lo efímero, para llegar a serlo, tiene que morir, éstas son las reglas de la modernidad líquida de la que habla Bauman. La realmente "fugaz" obra de Kitty Kraus cumple esa promesa. El bloque de hielo se transformó en una charco de tinta negra y acabó como un fresco abstracto, capaz de cruzar las fronteras de su site specific en las suelas de los espectadores y viajar por Madrid de incógnito. La marca de muerte aparece también en el mudo performance de Eloise Fornieles (comparado con su ruidoso proyecto de 2007 A grammar of love and violence). Por no ser grabado, desapareció el día 21 de noviembre definitivamente, dejando sus cenizas en la memoria de los espectadores que llegaron a verlo.


El término efímero parece confuso cuando miramos las obras de “feísmo sensorial”, de Clarice Morgan y Michael Blazy, y Aspire de Anya Gallaccio. Las fresas “muertas”, igual que Le Crypte de Blazy, desvelan las energías mortíferas que a base de la muerte crean otra obra artística. Lo mismo ocurre con las velas de Gallaccio que agonizan mutuamente y la lluvia de sus lágrimas de cera queda en el suelo, dibujando una efigie.


Todo eso me hace la pregunta ¿Qué es lo realmente efímero en “On&On”? Sin duda no es el material que construye las obras como In silence de Chiharu Shiota, la más sublime de la exposición, donde el piano mudo y 37 sillas vacías "mordidas" por las llamas del tiempo están abrazados por la telaraña de ausencia del sonido. Lo efímero se desvela en el momento fugaz, en el que las contemplamos. El tiempo y el espectador son los factores fundamentales de la muestra, que no es, sino que está desmoronándose y creándose mutuamente. La irrepetible mirada contrastada con la solidez de las palabras que intentan eternizarla provoca la amarga sensación de que todavía no se puede decir “todo”. Este todo rematado por el punto al final de la frase aparecerá el día 16 de enero, cuando acabe la exposición, en silencio...







ON&ON, EXPOSICIÓN DE ARTE EFÍMERO: EL OLOR DEL TIEMPO PERDIDO

Inés Plasencia Camps

Qué pasaría si nos expusiéramos al paso del tiempo resignados, si tuviéramos enfrente ese instante único, tan esperado, sin la posibilidad de retenerlo. Es cierto: nos ocurre cada día. Sin embargo, mientras tanto, sentimos que algunas cosas permanecen como prueba de que aquello tuvo lugar. Algunas de esas cosas son las obras de arte, parte de cuyo valor reside en esa condición de prueba indiscutible del pasado.

En la exposición On&On de La Casa Encendida, comisariada por Flora Fairbairn y Olivier Varenne, catorce obras de arte efímeras, muchas de ellas manifestaciones del site-specific, se rebelan contra esa condición y huyen de los sótanos de los museos. Participan de una de las más importantes reflexiones del arte de la segunda mitad del siglo XX, que desde los sesenta, con los happenings, las acciones y las performances, el land art y el arte conceptual, intenta hacer al público partícipe de un momento irrepetible y cuestionar el papel de las instituciones. Estas prácticas, tan críticas en su origen, dejaron abonado un terreno lo suficientemente flexible como para albergar infinitas revisiones.

Pesos pesados como Roman Signer y Andy Goldsworthy conviven con artistas jóvenes como Eloise Fornieles. Los olores de las fresas de Claire Morgan y del chocolate de Anya Gallaccio, con las luces que se encienden y se apagan de Martin Creed. La música de los pájaros de Céleste Boursier Mougenot, la guarda de seguridad de Tino Sehgal que canta convirtiendo el museo en lugar de creación y el estado de ánimo del pianista Gregorio Zanon, conviven con el silencio de la impresionante, maravillosa instalación de Chiharu Shiota, concierto que nunca comienza, anatomía de la espera envuelta en sus habituales hilos negros. Inquietante es la obra de Steiner y Lenzlinger, en la que unas flores químicas irán invadiendo una sala de juntas el tiempo que dure la exposición. Menores son la metáfora del hielo de Kitty Kraus y la asquerosa podredumbre de La crypte, de Michael Blazy, que parece querer informarnos de lo que nos pasará cuando hayamos muerto.

Lo que se publicita como la primera exposición en España dedicada al arte efímero, y que traslada viejos cuestionamientos al registro y almacenamiento de imágenes que caracteriza la era digital, brilla por momentos, en realidad, por su carácter de juego más que por su capacidad de emocionar al reconocernos en su carácter transitorio, por la apelación a casi todos nuestros sentidos y por ofrecer cada vez una visita única. Las obras por separado, no obstante, oscilan peligrosamente entre la hermosa sutileza y el fácil efectismo, y lo que es peor: amenazan con una nueva etiqueta de resonancias cortesanas que en Francia, país de origen de Varenne, ha sido bastante útil para atraer al público pero que aglutina demasiadas cosas. Una poética inofensiva, menos atrevida que la de sus “papás”, con las paradojas de siempre: los videos pueden volver a verse, un guarda de seguridad ya cantó en la Bienal de Venecia de 2005, y Creed lleva moviendo su pieza desde 2001. Algo que quizá no habría que decir si no fuera por la promesa de innovación que rodea la muestra.

Las piezas de On&On se quedarán con suerte, mientras nos entretienen, en esa imperecedera reflexión: la reivindicación de la obra como una experiencia, como el instante y no como su prueba; una reflexión sobre el poder de la memoria que nos deja como siempre resignados pero felices sabiendo que, aunque el instante no volverá a repetirse, al menos estuvimos presentes.

domingo, 14 de noviembre de 2010

CIRCUITOS MMX

La Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid alberga desde el 4 de noviembre de 2010 hasta el 8 de enero del año próximo la XXI edición Circuitos de Artes Plásticas, donde un comité de selección compuesto por cinco miembros, entre ellos el joven comisario de la muestra, Iván López Munuera, ha escogido ocho propuestas artísticas alumbradas por creadores noveles que proponen un amplio espectro de lecturas e interpretaciones.
La exposición se articula en dos espacios principales y estos a su vez se subdividen en cuatro compartimentos separados entre sí por cortinas de lamas de pvc, cada uno de los cuales alberga la obra de un artista. El uso de este producto plástico no es arbitrario, pues la idea del comisario y el montaje de C+arquitectos es que se puedan vislumbrar o intuir las sombras de las obras anexas a la que estamos contemplando, a modo de intrigante prólogo o sugerente invitación a continuar hacia adelante como si de un circuito se tratase, en coherente conexión con el título de la muestra, sin embargo esta plausible concepción se ve un tanto deslucida por el molesto olor que emite el citado material y que en buena medida se debe al reducido espacio en el que se condensan las piezas y la necesidad de separar, mediante una barrera física, las mismas.
En cuanto a las obras expuestas, hay que señalar que López Munuera, en una declaración de intenciones contenida en el catálogo, afirma que no hay un concepto o hilo conductor que las unifique, algo en cierto modo es inusual en una exposición colectiva donde suele haber un punto de encuentro, por sutil que este sea, pero a su vez huye de la idea de que sea una exhibición en la que cada pieza va por su lado a modo de totum revolutum donde cada artista muestra su género sin atender a los que le rodean. Esta aparente incongruencia queda resuelta tras recorrer la exposición pues destaca en primer lugar la concepción expositiva homogénea, donde las obras dialogan entre iguales sin elementos destacados, y en segundo porque sí se aprecia un tronco común del que emergen ramas multiformes, de poliédricas lecturas, que es la crítica, ya sea ofrecida de forma directa o por caminos más reflexivos, a la hipocresía social, a la ambición y la insensibilidad de la sociedad, a la aceptación de los caminos que unos pocos marcan y el resto seguimos cual rebaño, sin autocrítica, con excesiva autocomplacencia y aceptación de unos códigos y comportamientos en numerosos casos aberrantes. Las obras conversan entre sí y aunque no queda muy claro si esto era algo premeditado a la hora de seleccionar las obras o si se ha producido de forma indirecta, fortuita, no cabe duda de que entre ellas la interrelación existe. También es interesante en esta comunicación la interdisciplinariedad de las propuestas, ya que tienen cabida materiales tan diversos como la madera, el granito, el metal o el grafito que se combinan con elementos audiovisuales, lo que otorga al conjunto una riqueza añadida. Cosa bien distinta es la calidad de las mismas, donde sí se aprecia un cierto desequilibrio pues unas piezas brillan para quedar otras en la penumbra. La exposición arranca con la irónica propuesta de Daniel Martín quien, en Molde de lo real, y en un comienzo muy prometedor de la muestra, ridiculiza sobre la excesiva regulación de las actividades del ser humano, cuyo comportamiento queda marcado por una serie de instrucciones hasta en los niveles más íntimos. Sin embargo, con las obras de Lilli Hartmann y Teresa Solar, la máquina crítica se ralentiza notablemente y se exploran otras sendas más próximas a ejercicios reflexivos y al conceptualismo, pero de dudosa idoneidad para el conjunto expositivo. Esta parte de la muestra se completa con el trabajo titulado Tales of Wonder Site, criatura de Momu & No Es, donde se recupera la carga irónica mediante la proyección de un falso documental que narra la historia de las hermanas Monoritz, escritoras japonesas de éxito.
En la planta superior, Ignacio García propone una acerada crítica en Fragmentos de una mitología contemporánea, obra en la que unos dibujos a simple vista inofensivos muestran la crueldad y los atroces comportamientos del deshumanizado ser humano. Por su parte, Esther Achaerandio proyecta un vídeo que muestra cómo se cubre la cabeza con billetes de cincuenta euros, propuesta bastante floja que desluce aún más con el extenso e innecesario texto donde explica con detalle su concepción artística. El cierre de la exposición es harto brillante, tanto por la instalación de Lara García, Ondas que matan, donde aborda el genocidio ruandés tomando como eje la radio, un elemento a priori inofensivo pero convertido en arma feroz para sembrar el odio y la muerte, que se apoya con un intermitente silbido ya insoportable antes de entrar incluso en el recinto donde se encuentra la pieza, como por el vídeo de Bongore, Hola, soy europeo ¿me das trabajo?, en el cual el propio artista con más torpeza que maña pero mucha elocuencia en la inversión del fenómeno de la inmigración, se apresta a la construcción de un cayuco en Senegal, dejando un sabor amargo en el visitante.
Jorge Cruz.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Circuitos MMX: Arte plastificado



En uno de los espacios, Daniel Martín Corona (1980) satiriza rituales sociales y culturales del estado de bienestar. Mediante libros de instrucciones de uso o de montaje sistematiza temas como la religión, el éxito personal o la experiencia estética; les roba su credibilidad o su trascendencia y evidencia una sociedad saturada de reglas y normas sociales sustentada en un superfluo automatismo. Teresa Solar (1985), en el espacio contiguo separado por una gruesa cortina de pvc, se centra en la similitud entre las (no)imágenes que captó la misión que en los años 60 viajó a la fosa de las Marianas y las que la artista hace de una sábana negra incluida en su instalación. La nada, la oscuridad, puede ser una y mil cosas a la vez y estar cargada de múltiples significados, símbolos y analogías. Momu & No Es (1982 y 1979) recrean un falso documental sobre dos escritoras que dialogan y responden a preguntas acerca de su última novela; en el documento visual la realidad y la ficción se solapan, compartiendo lugares comunes que incitan a la reflexión acerca del hecho de la creación y de los límites entre lo imaginado y lo real. Lili Hartmann (1976), en otro de los espacios de la planta baja, muestra su interés hacia el lenguaje y las palabras, por lo que pueden llegar a significar y simbolizar. Plantea preguntas, reflexiones sin respuesta; su fin no es, por tanto, conclusivo, sino expansivo. Ignacio García Sánchez (1987) dibuja. En la planta de arriba, sus representaciones metafóricas, casi narrativas, muestran el mundo degradado de un posible futuro inminente. Esther Achaerandio (1982) radiografía la apabullante proliferación de las populares publicaciones de autoayuda donde el éxito, el dinero, el amor o el reconocimiento social son las metas de una masa que busca reencontrar a toda costa el paraíso perdido de la infancia. Al fondo del espacio, Lara García (1977) reflexiona sobre las diferentes formas en las que los medios influyen en la construcción de la realidad, sobre los significados y lecturas que éstos le otorgan. El genocidio de Ruanda de 1994, como caso paradigmático, evidencia la flagrante diferencia entre lo que la prensa occidental quiso mostrar y la realidad que allí estaba acaeciendo. José Luis Bongore (1979) viaja a Senegal en busca de trabajo, subvirtiendo de esta manera los roles migratorios que se habían dado hasta la fecha.

Aunque aparentemente no tengan nada que ver, lo que estas ocho obras tienen en común es haber sido seleccionadas este año de la convocatoria que la Comunidad de Madrid realiza anualmente y en la que se eligen a los jóvenes artistas más destacados que trabajan en la región. Las obras estarán expuestas hasta el 8 de enero en la Sala de Arte Joven, un espacio que funciona a modo de escaparate donde se exhibe lo que pretende ser un termómetro del estado del arte más actual y emergente.

El encargado de articular y de dar forma a una exposición que a priori no muestra ninguna conexión entre sus piezas ha sido el joven comisario independiente, Iván López Munuera. La ingeniosa forma de vertebrar la muestra del comisario ha sido mediante el pretexto del viaje o del recorrido. El viaje articula la obra de los artistas como individuos en constante movimiento que otorgan veracidad a esa frase que dice que es imposible ver el mundo desde el centro, tan sólo es posible verlo atravesándolo en todas direcciones.

El espacio ha sido organizado mediante las ya mencionadas cortinas de pvc, que aíslan parcialmente los habitáculos que acogen cada una de las obras y que crean una atmósfera aséptica de plástico, material que también recubre las paredes blancas. Falta transpiración. Por otro lado, es de agradecer la publicación gratuita que se facilita en la muestra y que nos permite acercarnos a los artistas de forma individualizada mediante una entrevista personal en la que el comisario insta a cada uno a responder acerca de cuestiones como la formación artística en España y en el extranjero, la importancia de los viajes en su producción, sus aspiraciones para el futuro, etc. Esta publicación es una manera ejemplar de acercar el arte contemporáneo al espectador de una forma mucho más consecuente con su razón de ser, es decir, envuelta de un contexto y de un marco teórico que le es consustancial.

Es posible que, como dice el comisario, la muestra carezca de un discurso unificado en su temática o trasfondo, pero a nivel social sí que pueden establecerse nexos de unión que dan coherencia a las ocho propuestas que se exponen y que, como tales, establecen un hilo conductor. Las obras, algunas más que otras, son interesantes, tienen un trasfondo y poseen un cierto calado, pero personalmente creo que no aportan mucho más al panorama artístico, les falta innovación y un mayor compromiso con la realidad más inmediata. Todas ellas muestran las diferentes caras de un poliedro generacional que, si bien es consciente del mundo en el que vive, no llega a rebelarse contra esta realidad, sino que se amolda. Sin duda sintomático.


Lidia Mateo Leivas


viernes, 12 de noviembre de 2010

LA XXI EDICION DE CIRCUITOS DE LA COMUNIDAD DE MADRID

El pasado 3 de Noviembre se llevó a cabo la inauguración de la XXI edición de los Circuitos de Artes Plásticas (Circuitos MMX, Espacios compartidos) que convoca el Gobierno de la Comunidad de Madrid. El objetivo de esta actividad, es impulsar a los artistas jóvenes, menores de 35 años que trabajan en la región.
En esta ocasión, se designó a Iván López Munuera como comisario de la exposición, quien tuvo el difícil trabajo de dar unidad a ocho propuestas independientes, que lograra justificar el uso de un espacio común, especialmente si tomamos en cuenta que el único criterio de conexión fue la condición de ser joven.
Los trabajos pertenecen a Esther Achaerandio, Bongore, Lara García, Iganacio García Sánchez, Lilli Hartmann, Daniel Martín Corona, Momu & No Es con sus dos integrantes y Teresa Solar Abboud.

La muestra resulta ser muy diversa, no solamente en cuanto a los temas y a las técnicas que los artistas trabajan. Diversa es también la trayectoria de cada uno o una de ellas y los estudios académicos realizados, por lo que el comisario optó por realizar una entrevista lo más estandarizada posible que le diera luz sobre los puntos de articulación. De hecho, estas entrevistas se nos entregan en el catálogo y nos permiten hacernos un perfil y sentirnos más cercanos a la experiencia artística y las inquietudes que los impulsan a querer permanecer y crecer en el campo artístico. Qué encontró Iván López es algo que se ilustra a la entrada del salón. Los nombres de cada joven aparecen haciendo fila en la blanca pared y de cada uno de ellos se delizan puntos de colores como delgadas serpientes que recorren el espacio para intersectarse y arribar a los nombres de los cuatro continentes que han sido por ellos visitados, a los de los materiales utilizados en las obras mostradas, a los tiempos de producción y a los presupuestos económicos finalmente invertidos. Debajo de cada nombre además, en papel cartón encontramos un pequeño buzón que contiene palabras clave, significantes que juegan desde dentro y que se asoman furtivamente invitando a ser manipulados por el espectador. Al lado, un televisor anuncia lo que habremos de encontrar y en el suelo, están colocados los catálogos insertos en bolsas de zip-loc. Nos sorprende no encontrar un catálogo convencional. Es más bien una réplica de la dificultad de unificar trabajos muy particulares. Cada autor cuenta con un sobre color pastel con su nombre y el de su propuesta y contiene dentro la transcripción de la entrevista en castellano. Los sobres se suceden uno tras otro, así como tarjetas postales de los trabajos puestas al azar y un pequeño folleto reproduce lo que encontramos en la bolsa y añade los créditos a las autoridades gubernamentales y a los participantes en la puesta en escena de esta edición. Lo que unifica, es la bolsa plástica en sí, y parece un símil de las bolsitas que nos obligan a portar cuando viajamos en avión.

Y es que lo que encuentra de elemento vinculador el comisario, son propiamente los circuitos en relación a las experiencias de viaje, el humus del que emergen sus realizaciones, de allí el uso a lo mejor, de elementos “viajeros” en este intento de orquestación.Cómo separar sin aislar y cómo unir sin forzar? Cómo hacer posible ese concepto de “divergencias y convergencias” de las que habla Iván López?
La disposición en los salones era otro problema a resolver. El uso de bandas verticales transparentes, recuerdan nuevamente, las bandas de chequeo en los aeropuertos, pero aquí la transparencia se usa derribando ese concepto de “seguridad nacional” para por el contrario, ser elemento que permita una intimidad sin velar, más bien sugiriendo y anticipando lo que se iba a encontrar al pasar de un circuito al otro. Se produce una transición suave en una muestra que además, cuenta con materiales de crítica muy fuerte, pero sin despotenciarla, sin atropellar su carácter. Conservar esa individualidad precisamente, sin aniquilarla sino remarcándola, aprovechándola, para permitir que la heterogeneidad sobreviva, esa disparidad que estos protagonistas se han topado al viajar, cuyas marcas personales nos permiten vislumbrar la necesidad que la mayoría de ellos tiene de ir a otros lares en busca de nuevas experiencias desde dónde ponerse a prueba y nutrir su talento y también, mostrarlo a los demás para iniciar el diálogo.

Más allá de las dificultades de una muestra de este tipo y de la inventiva y agudeza que demuestra el comisario, sí considero que hay aspectos que son parte de la cura y a los que se les debe prestar atención. Por algo la palabra cura significa “cuidar”. Me refiero concretamente a los materiales utilizados para eliminar la condición de “cubo blanco” en los aposentos y a ciertos detalles de la edición en papel. Por otra parte, el plástico utilizado en las cortinas verticales genera una elevación muy poco confortable de la temperatura, además de que la evaporación tóxica daña los ojos. La letra del material escrito es excesivamente pequeña, lo que desestimula la lectura. Contiene también errores tipográficos y existe un cierto desorden en los rubros de presentación de los autores. Como lo plantea Rosalyn Deustche, parte de “las condiciones en que se enmarca la designación de objetos como obra de arte….es el aparato físico que lo sostiene….” Y en este aparato físico se debe incluir el extremo cuidado en la presentación de la obra de los autores, que, no por ser jóvenes, merecen ser menos cuidados que los “no jóvenes”.

Priscilla.

Circuitos MMX: la nueva escena de arte joven emergente.


Irene López



El centro de Arte Joven Avenida de América acoge los XXI Circuitos de Artes Plásticas 2010 donde 8 artistas menores de 35 años que han sido seleccionados en esta nueva edición, presentan sus obras hasta el 8 de Enero del 2011. Es importante señalar el valor que este certamen tiene para la promoción del arte emergente y el esfuerzo de las instituciones de la Comunidad de Madrid por favorecer e incentivar la creación artística entre los jóvenes residentes en la capital. Fruto de este esfuerzo, nace el Centro de Arte Joven creado en 1990 bajo el nombre de Centro de Recursos Culturales, y que posteriormente, ha pasado a denominarse tal como hoy lo conocemos. Este nuevo cambio ha hecho ampliar su labor de difusión del arte emergente: exponen autorías internacionales y colaboran con universidades, además un comisario independiente se encarga de la organización de las nuevas exposiciones, como ésta última, comisariada por Iván López Munuera. La exposición Circuitos apuesta por dar salida a las nuevas voces artísticas que luchan por expresarse y dar a conocer su visión del mundo, de este modo, nos encontramos con 8 propuestas diferentes entre sí y que no están unidas por un hilo conceptual común. Este aspecto queda soslayado por el carácter informal y dinámico que la exposición ofrece, respondiendo al ambiente juvenil y desenfadado que se respira en la exposición. El tejido individual que cada artista construye originalmente responde a una cosmovisión en común, tal como explica el propio López Munuera: “no es tanto la definición de una instalación intermedia como la fabricación de una atmósfera.” Una atmósfera pues que une artistas nacidos bajo una misma generación; una generación que se mueve, que viaja y que aprende, que experimenta con nuevos formatos, que mezcla, que convive con la hibridación de las artes, con la aproximación a esferas artísticas que son capaces de generar un diálogo crítico, una puesta en evidencia de las suturas de la sociedad en crisis, una puesta en entredicho de los valores del capitalismo occidental, un énfasis en señalar que el arte aún tiene en sus manos la capacidad de acción, de crítica y de cuestionamiento. Por ello, López Munuera ha creado un montaje expositivo capaz de satisfacer y de no interrumpir los diferentes espacios dedicados a cada artista: Lara García Reyne, José Luis Bongore,, Daniel Martín Corona, Ignacio García Sánchez, Teresa Solar y MOMU & NO ES, Esther Achaerandio, y Lili Hartmann son los protagonistas y los elegidos en esta nueva edición del certamen. Así, cada artista disfruta de una individualidad y de un espacio personal para exponer su proyecto. 8 espacios que quedan separados por cortinas de plástico trasparente, lo que posibilita la visibilidad entre los diversos lugares y a la misma vez favorece la posibilidad de un discurso en conexión, es decir, la creación de un circuito que acoge el mundo particular de cada artista. En la planta cero, se presentan 4 de las propuestas que responden a un criterio de selección dispar; no hay un uso de un material común, ni temático, sino que cada uno plantea y utiliza diferentes soportes y temáticas. Una instalación, una videoproyección, una cámara de circuito cerrado, una obra conceptual. El visitante se sumerge en el universo artístico de cada propuesta que mezcla y utiliza diversos formatos, con la desventaja de que el olor constante a plástico impide por momentos una concentración adecuada. En el piso superior quedan expuestas los restantes; de nuevo la mezcla de materiales y de soportes son los leit motivs que reinan en este espacio. La video instalación es el formato líder en esta exposición colectiva, sin embargo, no se han ofrecido los medios adecuados para una correcta visualización, sólo en una de las salas se ofrece un asiento donde apenas cabe una persona. Una de las propuestas que más merecen la atención es fragmentos de una mitología contemporánea, presenta una serie de dibujos en miniatura con una capacidad crítica e irónica inaudita; el problema es la excesiva iluminación que deslumbra al espectador, hecho que dificulta una visión adecuada. Así mismo, el plástico de las paredes y las cartelas de papel en alguno de los casos, reafirma la idea de exposición informal. Cabe destacar la originalidad de la propuesta, pues no hay que olvidar que se trata de una exposición colectiva y por ello conlleva en si una doble dificultad: la de articular un discurso coherente y común sin pasar por alto la individualidad de cada protagonista y la disponer, con pocos medios, de un montaje innovador. Sin duda, la colaboración de C+arquitectos, ha ayudado a la creación de un planteamiento museográfico capaz de satisfacer esta premisa. Hay que sumar a este hecho, la creación de un más que original catalogo creado por Monster Club, una suerte de mapa que clarifica y favorece el entendimiento de esta exposición de jóvenes artistas a los que por seguro, les espera un futuro prometedor.