martes, 3 de noviembre de 2009

Xabier Gantzarain


Un álbum familiar


Yves Klein nunca aprendió a pintar. No necesitó hacerlo, la pintura le era algo innato; como él decía, “con la leche materna había mamado el gusto por la pintura”. Su padre, Fred Klein, era un pintor figurativo de la escuela del sur de Francia, y su madre, Marie Raymond, fue una de las primeras pintoras del informalismo en París. Parece pertinente, por lo tanto, organizar una exposición que muestra los trabajos de cada uno de ellos, poniéndolos en relación y buscando lazos estéticos, más allá de los específicamente familiares. Dicha exposición, titulada “Herencias” e inédita en España, se puede ver hasta el 17 de enero en la Sala Picasso del Círculo de Bellas Artes.

Desde la misma entrada, en la que se ha montado una especie de piscina rectangular recubierta de pigmento azul ultramar que Yves Klein patentó con el nombre de International Klein Blue (IKB), el profundo y brillante azul característico del artista francés atrae al visitante y cobra protagonismo frente a todas las demás obras. Una vez repuesto del primer impacto visual, una visión panorámica de la muestra proporciona al espectador la sensación de habitar un álbum familiar.

La Sala Picasso deja mucho que desear, por lo que la muestra resulta bastante irregular. No obstante, el número de obras expuestas es considerable, por lo que el espectador puede ver un extracto muy interesante de la obra de Yves Klein. Respecto a la obra de sus progenitores, mientras que la presencia de las pinturas de Fred Klein es casi anecdótica, la obra pictórica de Marie Raymond refleja el empeño y la permanente búsqueda estética de una artista implicada en las tendencias abstractas de posguerra. Aunque no se aprecie unidad en su estilo, la predominancia del color subyace en toda su obra.

Es precisamente en este punto donde se intuye una cierta relación entre la obra de Marie Raymond e Yves Klein. Cuando allá por el 1954 Yves Klein volvió de Japón, se instaló en Madrid, y fue aquí donde publicó su primer libro con planchas monócromas: Yves Peintures. Prologado por un texto mudo de Claude Pascal, se recogían planchas de diversos colores. Casualidad o no, los colores elegidos para esas planchas recuerdan a los colores utilizados por Marie Raymond en sus cuadros.

Era la primera tentativa de un artista que escapaba de todo límite para el arte, que estaba empeñado en destruir las barreras entre arte y vida, pero no como lo estuvieron los constructivistas rusos, más preocupados por los modos de producción y el diseño cotidiano. Yves Klein estaba convencido de que una percepción más espiritual del mundo convertiría la vida en arte. Por consiguiente, se comprometió plenamente con el lema que el mismo proclamó: “un mundo nuevo precisa un hombre nuevo”.

En esa búsqueda de lo espiritual, Yves Klein se centró en la pureza de la monocromía: “sentir el alma, sin explicaciones, sin palabras, y representar ese sentimiento, eso es, creo yo, lo que me ha llevado a la monocromía”. Sus primeros cuadros monocromos expuestos en esta muestra reflejan la incesante búsqueda del artista en aras de la consecución de un color adecuado a sus propósitos. Amarillos, naranjas, rojos, verdes; ninguno lo satisfacía. Hasta que descubrió el azul ultramar. Pero la elección del color no lo era todo, necesitaba que ese azul ultramar fuese luminoso y vibrante. Entró en contacto con Edouard Adam, farmacéutico y químico de París, y después de un año de investigación en el que parecía un alquimista obsesionado, desarrolló un azul intenso y brillante que lo impregna todo y da a cualquier superficie pintada una textura aterciopelada. Ese azul ultramar se convirtió en su seña de identidad, y en su pista de despegue hacia lo inmaterial. Años antes, así escribía Kandinsky en su De lo espiritual en el arte: “La tendencia del azul a la profundidad hace que precisamente en los tonos oscuros adquiera su máxima intensidad y fuerza interior. Cuanto más profundo es el azul, mayor es su poder de atracción sobre el hombre, la llamada infinita que despierta en él un deseo de pureza e inmaterialidad”.

Era un paso lógico. El interés por la monocromía azul devino en interés por la inmaterialidad y el vacío. Interés por un nuevo realismo basado en una nueva percepción. Interés, por otra parte, compartido por artistas coetáneos como Piero Manzoni que rechazaban la mercantilización del objeto artístico. Eran los primeros años 60. Las vanguardias de posguerra se dirigían hacia una conceptualización total del arte; ya no era sólo el desprecio por el arte retiniano. Era la firme convicción de la supremacía de lo espiritual, de lo inmaterial, de lo conceptual.
Parece que los años 60 han quedado muy lejos. E incluso parece contradictorio la exposición (y por lo tanto espacialización y objetualización) de una propuesta tan radical sobre la sensibilidad pictórica pura, sobre la percepción de la vida como arte, sobre la posibilidad de volar en el vacío.

Ahora guardamos nuestro álbum familiar en el teléfono móvil.

Xabier Gantzarain.

Bernardita Lira

“Que todo lo que salga de mi sea bello”

YVES KLEIN

Herencias es el título y el contexto que abarca el periodo azul, las pinturas de fuego, las antropometrías y algunos de los primeros trabajos de Yves Klein enfrentadas a la obra abstracta de Marie Raymonds, la madre, y un vago ejemplo de la obra de Fred Klein, el padre, que se expone en el Circulo de Bellas Artes desde el 28 de octubre de 2009 al 17 de enero de 2010.

Obsesionado por la creación, por la percepción del arte, por el lenguaje visual, el desapego del color a la forma, a la textura en la pintura, a encontrar la belleza y la sensibilidad materializada en el arte, Yves Klein, nacido en 1928 en Francia, hijo de pintores, criado con el ojo y el oído puesto siempre sobre el arte, emprende una búsqueda frenética por descubrir nuevos medios expresivos que integren su visión unificada de arte y vida.

Para ello su vida hace un variado recorrido experiencial que lo relaciona con temas fundamentales en su obra. Su afición al judo y la filosofía zen, de importante influencia en su vida, le otorgará un pensamiento filosófico fundamental que será integrado en su creación artística y que además le permitirá generar ingresos económicos hasta que su obra sea, al final de su vida, aceptada en los círculos artísticos franceses de finales del cincuenta. Sus viajes por Europa, su interés por temas como la astrología, la cosmogonía, el rosacrucis, el estudio de las relaciones energéticas con el espacio, el color y la ausencia de límites, lo llevan a experimentar hasta el infinito, tras la búsqueda del vacío y su relación entre la mente y el cuerpo.

La monocromía le permite indagar en estos temas. Propone un color único como superficie y como objeto, un color en el que pretende que el espectador se interne, abandonado a lo irracional y a la mera sensibilidad que le provoque lo observado, un color desmembrado de una forma que lo limite. En este aspecto, podríamos inferir que Klein impone como limitación formal al propio cuadro, cuya postura en el espacio lo inserta en lo visible, ya que la pintura, como objeto, a través de la monocromía, se vuelve infinita.

En este sentido hacemos el cruce y la primera relación que nos convoca la exposición Herencias, donde apreciamos en la pintura de Marie Raymond un fuerte apego a la forma y el color supeditado a ella. Líneas y figuras abstractas son representativas en la pintura de la artista.

En el recorrido que nos ofrece el comisario Nicolás Morales, un recorrido bastante segmentado por lo demás, pero que de alguna manera nos permite revisar la obra de Klein, primero desde su logro más reconocido, el Azul Klein (IKB), dentro de una impactante piscina que contiene el pigmento, donde realmente se logra estimular abruptamente esa sensibilidad a la que apelaba Klein con el uso del color y la textura, una sensación muy atractiva y riesgosa que luego es instalada sobre las esculturas manteniendo su fuerza, pero la cual se debilita en las Antropometrías, donde Klein se atrapa, tal vez sin saberlo en la figura reconocible del cuerpo femenino. Luego el periodo más comparativo con su madre, donde es indiscutiblemente notoria la relación estrecha entre ambas obras y se distingue claramente como Yves Klein desarticula, descuartiza la obra de Marie Raymond en una simultaneidad temporal creativa, sacando a pedazos de los cuadros de su madre, cada color por separado, lo que parece ser una rebelión constante del hijo a la madre, quien pretende conservar parámetros muy definidos e inamovibles en la forma, que contiene al color, contrario al color que se fuga y se independiza de toda forma en Yves.

Escueta es la muestra de cuadros de Fred Klein, el padre, lo que al parecer quiere sugerirnos un cierto distanciamiento vital en aquella relación.

Finalmente nos encontramos con algunos trabajos de Klein a modo documental, si es que no partimos al revés y hacemos el recorrido de manera inversa. Pero partamos por donde partamos, esa piscina azul nos guiñe un ojo y nos invita a lanzarnos perdidamente en ella. Es la invitación más tentativa de la exposición.

Es inagotable el trabajo experimental de Klein, más allá de sus logros materiales. Podemos verlo registrado notablemente en los documentales ubicados al final (¿o principio?) de la exposición, donde podemos verlo en actividad, experimentando con fuego y agua sobre lienzos de cartón, lo que serán sus Pinturas de fuego, o con modelos desnudas que se untan con pintura azul para que Klein actúe como director de escena y disponga de sus formas sobre telas puestas en el suelo y paredes para las Antropometrías de la época azul, escuchamos sus palabras y vislumbramos algo de su intensa vida por el arte, donde consigue mostrarnos su verdadera obra, su propia vida, donde está, como pretendía, integrada su ideal de arte, hombre, infinito, naturaleza…"el fuego para mí es el futuro sin olvidar el pasado. El fuego es azul, es el recuerdo de la naturaleza".

Bernardita Lira Manriquez.

Eva Ortega


YVES KLEIN EL MONOCROMO

Con 26 años un campeón de judo hace su debut como artista: un libro con 10 rectángulos monocromos. Esta obra se publica en Madrid y ahora vuelve con motivo de la exposición Marie Raymond – Yves Klein. Herencias que se puede visitar hasta el 17 de enero de 2010 en el Círculo de Bellas Artes. Reúne obras de Yves Klein y de sus padres Fred Klein y Marie Raymond, siendo la relación de parentesco más de diferencia que de herencia. Fred Klein era un pintor figurativo con influencias de Chagall, Picasso y Marc, Raymond una pintora abstracta e Yves Klein un joven visionario con preocupaciones estéticas.

La exposición es un círculo que se cierra después de 58 años, el mismo Círculo donde Klein iba a comisariar una exhibición de sus padres y otros artistas de la época. La muestra, es inédita en España, aunque no en el exterior, donde 8 exposiciones que relacionan madre e hijo la preceden.

Klein debe a sus padres una valiosa herencia, la de haber estado en los círculos artísticos adecuados y al corriente de las ideas de vanguardia que surgían de las tertulias de Los lunes de Marie Raymond. Y es que nada surge de la nada y porque sí. La cultura es ver, interpretar y transformar. Klein supo leer bien su época, adaptarse a lo que había y prever el futuro del arte. Sólo Raymond comprendió que la obra de su hijo abría una nueva época y mataba la abstracción a la que ella era fiel. En la muestra se observan esas tendencias que conviven en el tiempo, aunque es una lástima que el espacio reducido no invite a un diálogo efectivo entre las obras.

En 1955 Klein presenta un cuadro naranja que es rechazado por ser monocromo. Ya en 1918 Malévich crea su Blanco sobre blanco, aunque la preocupación de éste era más la forma que el color. En 1960 artistas opuestos al Informalismo y que están pintando simultáneamente monocromos, se reúnen en una exposición alemana, organizada por el crítico Kultermann, con obras de Klein, Fontana, Lo Savio, Manzoni o Rainer. Fontana en su Manifesto spazialismo (1948) afirma que para conquistar el espacio hay que liberarse de la línea y Klein decía que la línea es nuestro límite psicológico, por eso se manifestó a favor del color y contra el dibujo. Además Klein conoce en su propia casa la obra de Mondrian, la cual descompone para liberar el color de la línea.

Klein, que afirma en sus textos haber superado la problemática del arte, emplea simbólicamente
azul, rosa y oro para el exvoto a Sta Rita de Cascia, del que se expone una fotografía, colores que recuerdan al rojo, azul y amarillo de Mondrian y al tríptico Tabulas rasas de Rodchenko. Si Mathias Goeritz se obsesiona por el color oro, Klein a partir de 1957 lo hace por su patentado Internacional Klein Blue. Su elección se confirma al ver las obras de Giotto en Asís. Para él, el azul es el más abstracto de los colores, todos los demás se asocian a ideas concretas, mientras que el azul recuerda a la infinidad del mar y del cielo. Ya de joven juega a repartirse el universo con sus amigos Arman y Claude Pascal, y a él le toca el cielo y su infinito.

Su periódico Dimanche de 1960, es una obra de arte público para París, donde propone el Teatro del Vacío y la Estupefacción Monocromática (que para él es verlo todo azul). La fotografía del artista desafiando la gravedad, es un fotomontaje en el que Klein parece levitar espiritualmente sobre el vacío, algo que él supo exponer y vender como zonas sin materia.

En ese camino hacia lo inmaterial, Klein empieza a pintar con esponjas, de las que se muestra una selección de esculturas. También comienza a utilizar la técnica de los pinceles vivos, que el crítico Pierre Restany llamó Antropometría, en la que el artista se distancia del cuadro y otra persona es el pincel dirigido. Monique, Héléna y otras antropometrías son los rastros caligráficos de modelos untadas de azul. Klein realiza estas obras durante un espectáculo público en el que la acción se acompaña con la Symphonie Monotone, monocorde que es a la música, lo que el monocromo a la pintura.

Su obra fue comparada con la Action Painting de Pollock, pero Klein se distanció diciendo que a diferencia de ellos, él no hacía ningún trabajo físico durante el acto creativo, él dirigía y se mantenía inmaculado, con su smoking y sus guantes blancos. Klein incluso se quejaba de que unos japoneses malinterpretasen su método y se transformasen a sí mismos en pinceles vivos. Klein supo ser mediático y crear espectáculos en los que él era el director de orquesta. En la selección de vídeos vemos otro acto de autopropaganda artística, su propia boda, que él diseña como un show con cóctel azul incluido.

Klein aprovechó la fuerza del viento, la lluvia y el fuego: lanzó al aire mil globos azules para liberar la escultura del zócalo; dejó el rastro de la lluvia en obras como Aguacero en marzo y Cosmogonía lluvia, y en sus pinturas de fuego, jugó con el lleno y el vacío.

Tras su muerte en 1962 quedó, como él quería, una huella firme y segura de su pensamiento.

Eva Ortega.

Nieves Limón

Algo más que International Klein Blue

No es extraño encontrarnos con otra exposición sobre Yves Klein (Niza, 1928- París, 1962). Por eso, el aderezo es casi imprescindible y así lo ha entendido Nicolás Morales, comisario de la exposición Marie Raymond- Yves Klein. Herencias que podrá verse hasta el 17 de enero en el Circulo de Bellas Artes de Madrid.

Si añadir epítetos parece el requisito necesario en las muestras sobre artistas expuestos múltiples veces, encontrar la razón que justifique esas “coletillas”, que justifique por qué una vez más, se vuelve algo más complicado. En esta ocasión el motivo pasa por lo familiar: tomando como punto de partida las influencias de los padres de Klein (ambos artistas) se expone una retrospectiva de los periodos más destacados en la trayectoria del polifacético Klein, a saber, sus Monocromos, Antropometrías, Pinturas de Fuego y Cosmogonías. A esto se suma, en lo que a obra se refiere, algunas de sus esculturas más conocidas, la famosa fotografía El salto al vacío e interesantes piezas audiovisuales sobre las performances que organizaba. Es decir, nos encontramos ante un recorrido tanto cronológico como temático que comienza con sus raíces familiares y termina con los trabajos del último periodo del creador francés.

Como señalábamos, los padres de Yves fueron artistas: Fred Klein practicó un postimpresionismo con motivos algo naïves; su madre, Marie Raymond, evolucionó de la pintura figurativa que recuerda a Kandinsky y a otros pintores del grupo Der Blaue Reiter, a un expresionismo abstracto bastante personal con formas orgánicas, colores vivos y lienzos de tamaño medio. Partiendo de estas bases, la exposición nos invita a hacer la asociación rápida al construir un collage que reúne escasos lienzos de Fred Klein, junto a una mayor representación de la obra de Marie Raymond y las primeras pinturas de Yves caracterizadas por una presencia del dibujo y de las formas reconocibles (caballos, culebras, huellas de manos y pies). Será precisamente esta figuración pictórica la que irá desapareciendo en el lenguaje de un artista que, de igual forma, cultivó la escultura, la escenografía o las acciones preformativas.

Enfrentadas a sus tempranas creaciones vemos los Monocromos: pinceladas exentas dispuestas sobre un cuadro o sobre láminas a modo de serie/catálogo de colores. Podemos asociar estos cuadros con el poso conceptual que se gestaba en las vanguardias (léase Mondrian o Malévich) presente en la formación artística de Yves Klein, pero las obras de Yves pasaban más por su interés en el color como elemento que vigoriza la percepción del espectador. Klein no concibe el arte como técnica, sino como manifestación de la vida, convirtiéndose el artista en un “coleccionista de estímulos” cuya labor es intensificar la percepción del que mira.

Bajo esa motivación, crea el afamado color que lleva su nombre (International Klein Blue) con el que embadurnará lienzos, mujeres desnudas, esponjas de mar, globos terráqueos… Así mismo, veremos teñida de azul ultramar la Declaración Constitutiva del Nuevo Realismo: movimiento artístico que fundó junto al crítico de arte Pierre Restany en 1960 y donde no sólo se proclama una nueva manera de expresión por parte del artista, sino también la necesidad de un visionado activo por parte del observador. Podría esto llevarnos a pensar el trabajo de Klein en términos de una pretendida creación de obras como textos, pero lo cierto es que él reivindica las sensaciones apelando a ambiciosos conceptos (mente, cuerpo, imaginación) que se llenan de significado, y por tanto se concretan, en el visionado de su obra.


Compartiendo protagonismo con la necesidad de hacer sentir, Klein se centra también en la materialidad de sus procesos, la noción de huella, patente en sus Antropometrías (mujeres que plasman su cuerpo desnudo y pintado sobre lienzos a modo de pinceles vivientes) o en sus Pinturas de fuego (cartón literalmente quemado), las cuales dan pie a todo un discurso sobre la presencia del ser humano en el universo (Cosmogonías). Los términos en los que frecuentemente se apoya la obra de Klein (la esencia humana, su armonía con el mundo) pueden parecernos extremadamente crípticos, esotéricos o incluso vacíos. Es entonces cuando debemos dejarnos impresionar por la intensidad de su(s) color(es) y finalizar en la piscina de pigmento azul: a modo de bienvenida, pero también de cierre, este estanque artificial nos invita a abandonar una exposición que no se resiste a proyectar vídeos y mostrar fotografías o cartas personales (de su estancia en Madrid, por ejemplo) como otro supuesto aderezo necesario.

Así, es precisamente el epíteto (las herencias) lo que el visitante puede intuir, puede incluso percibir (azul es un color fundamental en la obra de Raymond), pero creemos que esta es una razón escasa, o por lo menos difusamente expuesta, para justificar no ya una nueva oportunidad de disfrutar de las obras de Klein, sino una muestra floja en lo que a diferente se refiere.

Nieves Limón.

Nadia Cortés


La poética fenomenológica de Yves Klein

El giro copernicano que se da en la concepción de la obra artística en el arte contemporáneo es configurado en gran medida, como menciona Javier Arnaldo, por el pintor monocromo, Yves Klein. En su obra artística se hace patente una experiencia sensible de lo ilimitado en donde se concibe al hombre no como el centro del universo, sino al universo como eje de lo humano. Así pues, la ruptura dentro de la concepción de la obra de arte consiste en su separación y distancia como proyecto del yo o exploración psicológica personal, donde el resultado es una obra sin autor, o bien, autónoma, que se muestra desde sí misma, a través de la fuerza y vivacidad del color, porque para él, la pintura es color.

La comprensión de este giro implica el acercamiento a su pintura desde las herencias, porque así se sabe con lo que rompe y, a su vez, una aproximación inevitablemente filosófica a su obra. El Círculo de Bellas Artes, ha comprendido la idea de que la pintura de Yves Klein no puede entenderse sin referencia a la pintura de sus padres, presentando una muestra inédita en España que conjuga obras de la familia y en donde, Fred Klein y Marie Raymond, no son sólo las figuras germinales de este artista sino representantes, sobre todo su madre, de los movimientos artísticos con los que él justamente pretende romper.

El debate línea/color es el punto de inflexión entre Yves Klein y su madre, encuentro teórico y desencuentro plástico. Marie Raymond apuesta por la línea que atrapa el color, su delimitación a través de la forma, como puede verse en Historia de espacio (1948), a diferencia de su hijo que en su Monocromo azul s/t(1957) presenta al color en sí mismo, su patentado IKB, azul sin límites, ni dimensiones, cuadro sin marco, experiencia de infinitud. Empero, la abstracción lírica de Raymond está inspirada en las mismas preocupaciones filosóficas que marcaran la obra de Yves, eternidad, espacio, color, vacío e infinito. Plásticamente tiene en un principio una cercanía a su padre, aunque en Judo (1950) puede verse un poco del lirismo de la madre. La herencia supone una carga y, el peso una decisión, la tarea de un heredero es deconstruir su tradición, asimilación y destrucción de la misma, como sus Pinturas de fuego (1961), ruptura evidente frente a la abstracción y el lirismo recargado de colores y líneas de su madre, él se presenta con la simpleza y profundidad del carácter energético, espiritual e inmaterial de su pintura.
El enfrentamiento de Yves Klein con la pintura de su madre, no es sino el desacuerdo con el expresionismo abstracto y la obra como huella personal, el monocromo es su posibilidad de transgresión en las estructuras convencionales del lenguaje. Yves pinturas (1954) permite adentrarnos en una idea clave del sistema pictórico que creará, un catálogo de una obra no existente, donde el mismo catálogo es la obra, tipificación de la pintura como lenguaje absoluto.

La pintura de Klein no tiene objeto, ni siquiera su temprana obsesión por el color lo sería, porque su obra es ámbito de apertura, instante, acción que abre sentido total y único, presente infinito que sobrepasa y antecede al lenguaje, el que sin duda permite el ordenamiento cósmico del universo. Su obra es una invitación performativa al vacío, al silencio estético, especie de epojé frente al color, suspensión del prejuicio de la línea, enmudecer al individuo y dejar hablar al fenómeno desde, para y hacía sí mismo, azul ilimitado, momento de trance que nos une mediante el flujo de energía y, en donde el límite entre el cuadro y el “yo” desaparece, experiencia de totalidad y unidad.

La omisión de la huella personal posibilita la comunicación cósmica con el objeto pero no a través de una intuición intelectual a la manera platónica, mediante la obtención de la forma pura del objeto, no es una abstracción, sino una aproximación a la realidad del color a través de su propia voz, de dejarlo presentarse ante nosotros, con su sensibilidad sin forma y límite, fenomenología pura.

Esponjas (1962) muestra su realismo, materialización del color, pero a su vez la necesidad de mostrar su obra sin inicio, sin final, porque el pigmento se mantiene en su pureza trascendente, siendo la pintura impronta y un trozo de tiempo eterno. Pero si la pintura es impronta entonces, el objeto se revela, como sucede en Antropometría sin título (1960). Revelación del objeto, del ser, como una apertura ontológica de la poética del espacio, posibilitada a través de la inmaterialidad de la pintura, del vacío como zona de sensibilidad pictórica material.

Así, Yves Klein frente a la herencia, rechaza la línea, la nada del pesimismo abstracto y nos invita a saltar al vacío.

Nadia Cortés.

Jennifer Calles


MARIE RAYMOND / YVES KLEIN. HERENCIAS

Desde 1973 hasta nuestros días, un total de seis exposiciones repartidas entre Francia y Alemania han encontrado su argumento común en las posibles “herencias” entre la obra pictórica de Marie Raymond y la fascinante personalidad artística de su hijo, figura clave para el arte de la segunda mitad del siglo XX, Yves Klein. Ahora en Madrid, el Círculo de Bellas Artes presenta hasta el 17 de enero un séptimo intento, quizás fallido, comisariado por Nicolás Morales.

Una vez más, el rotundo azul ultramar del hijo no ha dejado ver con claridad los colores de la madre. En el caso de Yves Klein, la virtud de haber sabido escoger, a parte de una excelente selección de obras que aportan una visión retrospectiva bastante completa, toda una serie de elaborada e incluso inédita documentación y material audiovisual acerca de su vida y producción, se ve malograda ante la absoluta desinformación que se proporciona acerca de Marie Raymond y con la que el espectador sale inevitablemente de la exposición.

A parte de un breve párrafo introductorio y una escueta biografía en paralelo, no existe indicio alguno en la muestra que ayude al visitante a entender la obra de Marie Raymond, solo su pintura (aunque, como veremos, eso ya es mucho). Para hablar del trabajo de esta madre y artista hay que situarse en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, cuando los artistas sentían de forma más latente que nunca la realidad de un mundo terrible. Una necesidad latente de regresar a un estado de pureza e inocencia y partir de cero, es el contexto en el que se sitúan los llamados arte informalista, abstracción lírica o tachismo, todos ellos términos en íntima consonancia y, hasta cierto punto, indisociables. Además, por aquellos años y al otro extremo del océano, en Estados Unidos, se desarrollaba la abstracción, entendiendo ésta como una propuesta de libertad total a través de lo que se dio a conocer como expresionismo abstracto. Sin embargo, la abstracción lírica surgida entonces en París, y a la que nuestra artista estuvo íntimamente ligada, aunque infravalorada por la crítica formalista del imperativo greenbergiano, era igual de libre, basada en la expresión subjetiva del artista a través del gesto.

En el polo opuesto a esta subjetividad, desde finales de los años 50 empiezan a surgir alternativas tan radicales como las del grupo Zero de Dusseldorf o los nouveaux réalistes, y tanto en el uno como en el otro caso Yves Klein se configuraba para estos artistas como un auténtico visionario al que hoy día se le atribuyen los primeros atisbos del arte conceptual.

Sin embargo, quizás no sea tan extremo el aparente enfrentamiento entre expresionismo abstracto y arte conceptual. Más allá de las teorías formalistas de Fried y Greenberg, Harold Rosenberg, quien acuñó el término Action Paiting, establecía una conexión entre el expresionismo abstracto y el arte conceptual alegando que en las obras de Action Painting lo importante no era el cuadro o la imagen, ya que la obra consistía en el proceso de creación de esa imagen, en la acción del artista. De modo que, para Rosenberg, el arte conceptual simplemente supone dar un paso más lejos, pues si una obra puede transmitirse mediante documentación, ni siquiera haría falta llegar a crearla.

Por tanto, si esta exposición pretendiese resumir -y reducir- la “superación” del arte de Marie Raymond por parte de su hijo en términos de oposición bipolar entre ambos movimientos artísticos, estaría incurriendo sin duda en un error y en una limitación.

Tampoco se hace mención alguna en la muestra a la común influencia que ambos artistas recogieron de la filosofía y el mundo oriental. Y, si en el caso de Yves Klein se vislumbran vagas alusiones a través de los documentos que hacen referencia a su formación dentro del mundo del yudo, en el de Marie Raymond nada nos habla de sus experiencias en Japón, donde expuso en diversas ocasiones. Datos de este tipo nos ayudarían sin duda a relacionar la gestualidad y el sentido del signo de la pintura de esta mujer con otro tipo de manifestaciones artísticas a parte de la experiencia europea de un Kandinsky o la americana de un Pollock. Así, en Raymond vemos a veces ese lirismo casi caligráfico que nos hace pensar en artistas ligados al pensamiento oriental como Michaux o Mompó, mientras que en Klein desde las Propositions monochromes hasta las antropometrías o el Teatre du vide, todo responde siempre a los principios de búsqueda de la infinitud y el vacío tan ligados también a la filosofía Zen.

En definitiva, parece que la figura de la madre ha servido de excusa una vez más para hacer de nuevo otra retrospectiva del hijo. Porque si de mostrar “herencias” se trataba, seguro que existían otros caminos. Así, si nos tomamos la visita a la exposición como un recorrido por la vida y obra –indisociables- de Yves Klein, el resultado será gratificante: desde sus primeras monocromías hasta sus últimas experimentaciones con elementos naturales como el agua y el fuego, todo está resumido allí.

Jennifer Calles.

Virginia Moya


Los amantes del monocromo están de enhorabuena gracias al Círculo de Bellas Artes de Madrid que expone Marie Raymond- Yves Klein. Herencias, muestra que recoge la relación del artista del espacio, Yves Klein con las personas y experiencias que más le influenciaron, otorgándole a la madre el puesto de honor.

Yves Klein provenía de una familia de artistas afincados en París auténticamente bohemios. Tanto su madre como su padre fueron pintores habituales de la escena parisina de los años, 30, 40 y 50. Aunque su oficio casi se reduce a luchador de judo profesional, a ellos se les debe que finalmente se decantara por el arte.

A pesar de que la exposición se centre en la relación con la madre, también la obra del padre está presente, de quien hereda el gusto por el color como protagonista, un color mágico que llena toda las obras. Así, viendo las obras del hijo enfrentadas a las del padre, obras como el “Tríptico de Krefel” parecen consecuencia formal de obras como “El Circo del sol” de Fred Klein. Curiosamente, Yves Klein se declarará siempre como un “pintor figurativo”.

La relación que el comisario de la exposición, Nicolás Morales, quiere mostrar entre la obra de Yves Klein y su madre no es fácil de comprender a primera vista. Marie Raymond fue una pintora reconocida en su época, estandarte de la Abstracción lírica de la Escuela de París de posguerra ganando incluso el prestigioso Premio Kandinsky de pintura en 1949. El eterno enfrentamiento de Ingres y Delacroix sobre la línea y el color se repite en Marie Raymond y su hijo. Ella delimita el color en el espacio mediante líneas mientras que en la obra de Yves el espacio se expande al infinito mediante el color, sensibilidad convertida en materia. Es el fondo de esta cuestión lo que les une, el interés común por la dimensión espiritual del espacio. Así mientras su padre rechazará la obra del hijo como arte, la madre será su fan número uno.
El estudio de la rue d’Assas de Marie Raymond y Fred Klein fue durante mucho tiempo punto de encuentro de intelectuales y artistas europeos donde se discutía sobre la deriva del arte, hacían contacto (Iris Clert, Arman…) y se fraguaban amistades e influencias. Probablemente estos encuentros hayan sido el germen de las inauguraciones-evento que Yves Klein organizaba y utilizaba para convencer al mundo del arte europeo de la inmaterialidad de su obra.

Este estudio también es responsable de la educación de su sensibilidad visual. Dos obras de Mondrían presidían la casa, probablemente dándole la pista para los monocromos. Yves Klein libera a los colores de la restricción de las líneas, deshaciendo así sus pinturas en cuadros monocromos y lanzando el color al espacio.

La exposición detiene su curso para documentar la estancia de Yves Klein en Madrid como profesor de judo. Así, en un rápido giro, del mismo modo que se engancha la herencia de Yves Klein a la del CBA, el recorrido de la exposición se desconecta de la influencia de la madre. Un cuaderno con anotaciones típicamente turísticas ilustran la estancia, mientras que documentos varios atestiguan la intención de Yves de organizar una exposición en el Círculo con la obra de su padre y otra colectiva con artista europeos figurativos y abstractos. Por otro lado, Yves Klein demuestra en Madrid tener aprendida la lección sobre la importancia de los catálogos y el libro de artista para la trayectoria del artista y por ello, se hizo imprimir en 1954 una atrevida publicación con diez planchas monocromas que ilustraban sus viajes (Madrid, Tokio, Londres).
La exposición hace también una parada importante en el periódico Domingo 27 de noviembre de 1960 (periódico de un solo día), con una enorme reproducción del fotomontaje-acción ¡El pintor del espacio se arroja la vacío!, momento en el que abandona el judo y se lanza a lo inmaterial.
Su obra a pleno rendimiento viene representada por algunas pinturas a fuego junto con antropometrías, la escultura de Arman y las esponjas, todo en el IBK, pigmento puro azul profundo e infinito en el que sumergirse en el estanque que cierra la exposición.

Aunque la obra de Yves es bien conocida para muchos, la relación con su madre no lo es tanto. Partiendo de la base de que la influencia de su madre no es de carácter formal, sino de índole filosófica, el público habría agradecido algún texto que otro que les introdujera en el tema. Por otro lado, teniendo en cuenta que el recorrido de la exposición nos cuenta algo más; la influencia del padre, la importancia de su estancia en España, quedamos a la espera de una justificación para el título.

Yves Klein supera con su obra las limitaciones de sus padres en la pintura, el espacio pictórico y la subjetividad propia del artista romántico. Como decía el propio Yves:

“Construir y crear, ésta es la acción entusiasta(…) Siempre hay que destruir antes de reconstruir; destruir no quiere decir “arrasarlo todo”. Se puede construir una casa nueva al alado de una casa vieja, y así, se destruye a la vieja con la indiferencia”

Viriginia Moya.