domingo, 14 de noviembre de 2010

CIRCUITOS MMX

La Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid alberga desde el 4 de noviembre de 2010 hasta el 8 de enero del año próximo la XXI edición Circuitos de Artes Plásticas, donde un comité de selección compuesto por cinco miembros, entre ellos el joven comisario de la muestra, Iván López Munuera, ha escogido ocho propuestas artísticas alumbradas por creadores noveles que proponen un amplio espectro de lecturas e interpretaciones.
La exposición se articula en dos espacios principales y estos a su vez se subdividen en cuatro compartimentos separados entre sí por cortinas de lamas de pvc, cada uno de los cuales alberga la obra de un artista. El uso de este producto plástico no es arbitrario, pues la idea del comisario y el montaje de C+arquitectos es que se puedan vislumbrar o intuir las sombras de las obras anexas a la que estamos contemplando, a modo de intrigante prólogo o sugerente invitación a continuar hacia adelante como si de un circuito se tratase, en coherente conexión con el título de la muestra, sin embargo esta plausible concepción se ve un tanto deslucida por el molesto olor que emite el citado material y que en buena medida se debe al reducido espacio en el que se condensan las piezas y la necesidad de separar, mediante una barrera física, las mismas.
En cuanto a las obras expuestas, hay que señalar que López Munuera, en una declaración de intenciones contenida en el catálogo, afirma que no hay un concepto o hilo conductor que las unifique, algo en cierto modo es inusual en una exposición colectiva donde suele haber un punto de encuentro, por sutil que este sea, pero a su vez huye de la idea de que sea una exhibición en la que cada pieza va por su lado a modo de totum revolutum donde cada artista muestra su género sin atender a los que le rodean. Esta aparente incongruencia queda resuelta tras recorrer la exposición pues destaca en primer lugar la concepción expositiva homogénea, donde las obras dialogan entre iguales sin elementos destacados, y en segundo porque sí se aprecia un tronco común del que emergen ramas multiformes, de poliédricas lecturas, que es la crítica, ya sea ofrecida de forma directa o por caminos más reflexivos, a la hipocresía social, a la ambición y la insensibilidad de la sociedad, a la aceptación de los caminos que unos pocos marcan y el resto seguimos cual rebaño, sin autocrítica, con excesiva autocomplacencia y aceptación de unos códigos y comportamientos en numerosos casos aberrantes. Las obras conversan entre sí y aunque no queda muy claro si esto era algo premeditado a la hora de seleccionar las obras o si se ha producido de forma indirecta, fortuita, no cabe duda de que entre ellas la interrelación existe. También es interesante en esta comunicación la interdisciplinariedad de las propuestas, ya que tienen cabida materiales tan diversos como la madera, el granito, el metal o el grafito que se combinan con elementos audiovisuales, lo que otorga al conjunto una riqueza añadida. Cosa bien distinta es la calidad de las mismas, donde sí se aprecia un cierto desequilibrio pues unas piezas brillan para quedar otras en la penumbra. La exposición arranca con la irónica propuesta de Daniel Martín quien, en Molde de lo real, y en un comienzo muy prometedor de la muestra, ridiculiza sobre la excesiva regulación de las actividades del ser humano, cuyo comportamiento queda marcado por una serie de instrucciones hasta en los niveles más íntimos. Sin embargo, con las obras de Lilli Hartmann y Teresa Solar, la máquina crítica se ralentiza notablemente y se exploran otras sendas más próximas a ejercicios reflexivos y al conceptualismo, pero de dudosa idoneidad para el conjunto expositivo. Esta parte de la muestra se completa con el trabajo titulado Tales of Wonder Site, criatura de Momu & No Es, donde se recupera la carga irónica mediante la proyección de un falso documental que narra la historia de las hermanas Monoritz, escritoras japonesas de éxito.
En la planta superior, Ignacio García propone una acerada crítica en Fragmentos de una mitología contemporánea, obra en la que unos dibujos a simple vista inofensivos muestran la crueldad y los atroces comportamientos del deshumanizado ser humano. Por su parte, Esther Achaerandio proyecta un vídeo que muestra cómo se cubre la cabeza con billetes de cincuenta euros, propuesta bastante floja que desluce aún más con el extenso e innecesario texto donde explica con detalle su concepción artística. El cierre de la exposición es harto brillante, tanto por la instalación de Lara García, Ondas que matan, donde aborda el genocidio ruandés tomando como eje la radio, un elemento a priori inofensivo pero convertido en arma feroz para sembrar el odio y la muerte, que se apoya con un intermitente silbido ya insoportable antes de entrar incluso en el recinto donde se encuentra la pieza, como por el vídeo de Bongore, Hola, soy europeo ¿me das trabajo?, en el cual el propio artista con más torpeza que maña pero mucha elocuencia en la inversión del fenómeno de la inmigración, se apresta a la construcción de un cayuco en Senegal, dejando un sabor amargo en el visitante.
Jorge Cruz.

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