sábado, 13 de noviembre de 2010

Circuitos MMX: Arte plastificado



En uno de los espacios, Daniel Martín Corona (1980) satiriza rituales sociales y culturales del estado de bienestar. Mediante libros de instrucciones de uso o de montaje sistematiza temas como la religión, el éxito personal o la experiencia estética; les roba su credibilidad o su trascendencia y evidencia una sociedad saturada de reglas y normas sociales sustentada en un superfluo automatismo. Teresa Solar (1985), en el espacio contiguo separado por una gruesa cortina de pvc, se centra en la similitud entre las (no)imágenes que captó la misión que en los años 60 viajó a la fosa de las Marianas y las que la artista hace de una sábana negra incluida en su instalación. La nada, la oscuridad, puede ser una y mil cosas a la vez y estar cargada de múltiples significados, símbolos y analogías. Momu & No Es (1982 y 1979) recrean un falso documental sobre dos escritoras que dialogan y responden a preguntas acerca de su última novela; en el documento visual la realidad y la ficción se solapan, compartiendo lugares comunes que incitan a la reflexión acerca del hecho de la creación y de los límites entre lo imaginado y lo real. Lili Hartmann (1976), en otro de los espacios de la planta baja, muestra su interés hacia el lenguaje y las palabras, por lo que pueden llegar a significar y simbolizar. Plantea preguntas, reflexiones sin respuesta; su fin no es, por tanto, conclusivo, sino expansivo. Ignacio García Sánchez (1987) dibuja. En la planta de arriba, sus representaciones metafóricas, casi narrativas, muestran el mundo degradado de un posible futuro inminente. Esther Achaerandio (1982) radiografía la apabullante proliferación de las populares publicaciones de autoayuda donde el éxito, el dinero, el amor o el reconocimiento social son las metas de una masa que busca reencontrar a toda costa el paraíso perdido de la infancia. Al fondo del espacio, Lara García (1977) reflexiona sobre las diferentes formas en las que los medios influyen en la construcción de la realidad, sobre los significados y lecturas que éstos le otorgan. El genocidio de Ruanda de 1994, como caso paradigmático, evidencia la flagrante diferencia entre lo que la prensa occidental quiso mostrar y la realidad que allí estaba acaeciendo. José Luis Bongore (1979) viaja a Senegal en busca de trabajo, subvirtiendo de esta manera los roles migratorios que se habían dado hasta la fecha.

Aunque aparentemente no tengan nada que ver, lo que estas ocho obras tienen en común es haber sido seleccionadas este año de la convocatoria que la Comunidad de Madrid realiza anualmente y en la que se eligen a los jóvenes artistas más destacados que trabajan en la región. Las obras estarán expuestas hasta el 8 de enero en la Sala de Arte Joven, un espacio que funciona a modo de escaparate donde se exhibe lo que pretende ser un termómetro del estado del arte más actual y emergente.

El encargado de articular y de dar forma a una exposición que a priori no muestra ninguna conexión entre sus piezas ha sido el joven comisario independiente, Iván López Munuera. La ingeniosa forma de vertebrar la muestra del comisario ha sido mediante el pretexto del viaje o del recorrido. El viaje articula la obra de los artistas como individuos en constante movimiento que otorgan veracidad a esa frase que dice que es imposible ver el mundo desde el centro, tan sólo es posible verlo atravesándolo en todas direcciones.

El espacio ha sido organizado mediante las ya mencionadas cortinas de pvc, que aíslan parcialmente los habitáculos que acogen cada una de las obras y que crean una atmósfera aséptica de plástico, material que también recubre las paredes blancas. Falta transpiración. Por otro lado, es de agradecer la publicación gratuita que se facilita en la muestra y que nos permite acercarnos a los artistas de forma individualizada mediante una entrevista personal en la que el comisario insta a cada uno a responder acerca de cuestiones como la formación artística en España y en el extranjero, la importancia de los viajes en su producción, sus aspiraciones para el futuro, etc. Esta publicación es una manera ejemplar de acercar el arte contemporáneo al espectador de una forma mucho más consecuente con su razón de ser, es decir, envuelta de un contexto y de un marco teórico que le es consustancial.

Es posible que, como dice el comisario, la muestra carezca de un discurso unificado en su temática o trasfondo, pero a nivel social sí que pueden establecerse nexos de unión que dan coherencia a las ocho propuestas que se exponen y que, como tales, establecen un hilo conductor. Las obras, algunas más que otras, son interesantes, tienen un trasfondo y poseen un cierto calado, pero personalmente creo que no aportan mucho más al panorama artístico, les falta innovación y un mayor compromiso con la realidad más inmediata. Todas ellas muestran las diferentes caras de un poliedro generacional que, si bien es consciente del mundo en el que vive, no llega a rebelarse contra esta realidad, sino que se amolda. Sin duda sintomático.


Lidia Mateo Leivas