viernes, 10 de diciembre de 2010

REORGANIZAR LA MEMORIA

ATLAS, ¿Cómo llevar al mundo a cuestas?

¿Existe la posibilidad de construir un itinerario iconográfico de la memoria europea sin axiomas, jerarquías ni catalogaciones preestablecidas que limiten nuestra mirada? ¿Qué ocurriría si abriéramos nuestros sentidos al mundo de lo sensible e interpretáramos la Historia del Arte de manera alternativa?

Esa fue la voluntad del historiador alemán Aby Warburg (1866-1929), que durante cinco años trabajó en el proyecto Atlas Mnemosyne; una fascinante colección de imágenes heterogéneas de la historia de Europa que distribuyó (con un orden aparentemente azaroso) sobre setenta y nueve paneles móviles de tela negra.

Aunque Warburg murió dejando su obra inacabada, su legado ha sido protegido y divulgado por el Instituto Warburg en Hamburgo, y recientemente, el filósofo e historiador del arte Georges Didi-Huberman (su heredero intelectual que ya escribió sobre éste L’image supervivante, 2002) ha comisariado en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía la exposición “ATLAS, ¿Cómo llevar al mundo a cuestas”, una impresionante continuación de su testamento metodológico, que podrá visitarse hasta el 28 de marzo de 2011.

ATLAS es un inmenso cajón de sastre donde obras de innumerables artistas y pensadores contemporáneos se combinan con una sintaxis inusual. Encontramos las más variadas recomposiciones de piezas en mesas y tableros; fotografías, montajes, enciclopedias, retratos, mapas y paisajes conviven en mosaicos posmodernos sugiriendo ritmos discontinuos, imágenes ocultas, desvelando secretos, desenterrando espectros. Una revisión cultural que encierra en el mismo arca prosa y poesía, lo sublime y lo popular.

Al igual que los diagramas de Bochner, las obras adoptan distintas formas para producir significados ocultos. Las relaciones van de la analogía figurativa (en la radiante armonía industrial de los depósitos de agua de Bernd & Hilla Becher, la reinvención del viaje a través de las postales de las postales de Alighiero e Boetti) a la repetición con variaciones (las singulares quemaduras solares de Ross, las inquietantes corrientes de humo de Éttiene Jules Marey), o el contraste formal y semántico (no podían faltar los hipertextos audiovisuales de Godard y Farocki, que evidencian al montaje cinematográfico como la herramienta paradigmática de alteración de discursos de nuestro siglo).

Esta exposición está dirigida a un espectador inteligente, que además de tener el tiempo y la predisposición necesaria para observar cada una de las particularidades que no se aprecian en un vistazo general, sean capaces de refutar las premisas aprendidas y trazar nuevos caminos hacia una forma de pensar en imágenes. Si bien estoy diciendo que sea una muestra exclusiva para eruditos, creo que sí obtendrán un mayor disfrute aquellos que sepan establecer conexiones intelectuales que impliquen conocimientos interdisciplinarios (políticos, antropológicos, psicoanalíticos). Los instruidos en las distintas corrientes culturales y artísticas del siglo XX podrán leer transversalmente, profundizar en los discursos y captar los síntomas latentes.

No obstante, creo que el intelecto no es la única clave para entender esta exposición. No es casual que las imágenes prevalezcan a los textos; hay una clara alusión a la intuición y a la la imaginación, aunque esta sea personal, subjetiva, fragmentada, y a veces pueda engañarnos. Al saber también se accede por caminos que no son racionales ni inteligibles. Si para Platón el mundo sensible era una copia defectuosa del mundo inteligible, para Warburg y Huberman, es posible encontrar un conocimiento verdadero a través de lo imaginario, lo volátil y lo temporal, sobre todo en el mundo contemporáneo, constantemente dislocado.

Adrián Silvestre.


ATLAS. CÓMO LLEVAR EL MUNDO A CUESTAS, MNCARS

EL ATLAS DE DIDI-HUBERMAN

Inés Plasencia Camps

La exposición “Atlas. Cómo llevar el mundo a cuestas”, tiene lugar en el Museo Reina Sofía hasta el 28 de marzo y está comisariada por el filósofo francés Georges Didi-Huberman. Toma como punto de partida la revolucionaria manera de entender la Historia del Arte de Aby Warburg, uno de los más importantes referentes del comisario, autor de La imagen superviviente, y que entre 1925 y 1929 llevó a cabo, aunque nunca terminó, su proyecto más ambicioso: el “Atlas Mnemosyne”, un atlas de la memoria.

En una serie de paneles, Warburg reunió un número de imágenes para reescribir la Historia del Arte, una historia que cobraba otro sentido cuando estas imágenes ocupaban el lugar que, según él, les correspondía. Podían combinarse de tal forma que hablaran de una historia subconsciente de la cultura; incluso juntando imágenes alejadas en el tiempo y en el espacio, podrían explicarse unas a otras. En definitiva, Warburg quería escribir una Historia del Arte con imágenes, algo que en cine concibió también Godard en su Histoire(s) du Cinéma, que nos hace pensar en Walter Benjamin, y en literatura, cómo no, Perec, que con breves recuerdos escribió la historia de su vida.

“Atlas” reúne la obra de un gran número de artistas, pertenecientes en su mayoría al siglo XX, que, con esa misma inquietud, intentaron escribir la historia, otra historia, de lo que les rodeaba, haciendo hincapié en lo que habitualmente no se quería ver. Se trataba de repensar el mundo, de inventar nuevas reglas del juego. Enseñar el abecedario a una planta, como John Baldessari; poner el mundo al revés, como Robert Fillou; escribir un atlas en blanco, como Lewis Carrol; denunciar los abusos de las agencias inmobiliarias, como Haacke; enseñar los paisajes del suelo, como Alan Fleischer. Un gran número de propuestas, todas de enorme interés y frescura, para ese milagro que ha escrito con imágenes Georges Didi-Huberman: una historia del arte del siglo XX que se escribe en términos de diásporas, repeticiones y fragmentaciones. Que escribe el mapa del mundo con postales que lo atraviesan con una información vital: la hora del despertar, como hizo On Kawara. Que describe la vida del artista mediante los billetes del tren que le llevan a su trabajo, ése que le impide precisamente serlo, como hizo Francesc Abad. Richter, Broodthaers, Marx Ernst, Georges Brecht… Demasiados para nombrarlos a todos sin perder de vista la esencia capaz de reunirlos. Además, quizá mejor no caer tampoco demasiado en esa Historia de los Nombres.

Georges Didi-Huberman ha conseguido, además, trasladar a la sala de un museo la misma humildad y respeto con la que trata siempre a su lector o a su oyente. Ha “repensado” una historia capaz de alcanzar a todo aquél que se interese por detenerse, por leer los textos, por mirar pieza por pieza y después la exposición en su conjunto. La exposición es igual de disfrutable para el entendido que para el recién llegado siempre y cuando, eso sí, esté atento y abierto. Quizá la exposición no sea fácil, pero es fluida como un río, comprensible como una imagen. Otra cosa (otra riqueza) es que tenga múltiples lecturas. Pese a su gran envergadura, resulta entretenida y tiene incuso momentos de gran comicidad. En definitiva, enseña y despierta al buen conocedor de la Historia del Arte y al curioso, eso sí, siempre y cuando lo sea. No existe la mínima concesión; sólo un profundo respeto por el Otro.

La conexión entre las obras es precisamente otro de los elementos más interesantes, si volvemos a Warburg y recordamos que también nos advirtió de que no podemos entender nada, tampoco las imágenes, si no entendemos el vacío, las lagunas que existen, si no asumimos todo aquello de lo que nos privó la destrucción: las imágenes que no están. Éstas se comunican en una suerte de dialéctica que contempla lo que entre ellas se esfumó, que se colocan, como escribe Didi-Huberman en uno de los textos que podemos leer durante la visita, como sobre una mesa. Sólo observándolas “según su cualidad particular” hablarán entre ellas y nos hablarán. Y sobre todo, exigirán de nosotros toda nuestra imaginación, rasgo característico del que aspira a aprender algo.

ATLAS MNEMOSYNE

Las pupilas se dilatan esforzadamente y el ojo ejerce de antesala donde la imagen apenas habita un fragmento de segundo antes de sumergirse en algún lugar de nuestro entendimiento, depositario magma donde se construye cada realidad visual de la existencia humana cuyo ágil transporte recuerda al maletín del gran Duchamp. Allí, en lo que sería el garbhagriha del ser pensante, es decir, la cámara uterina del intelecto, se entrelazan, golpean, descomponen, abrazan, distancian, fusionan o componen múltiples imágenes que producen un jugo cuyo sabor puede resultar tanto dulce como amargo, cuando no insípido, pero que va construyendo un andamiaje que será fundamental para trazar una historia del arte ajena a simplificaciones pueriles, a dogmatismos de manuales al uso, o así al menos lo entendía Aby Warburg. En 1927, Lev Kulechov, pionero del cine soviético, publicaba El arte cinematográfico, un texto en el que exponía lo que poco después acabaría tomando carta de naturaleza como efecto Kulechov, y donde abordaba el hecho de que al yuxtaponer dos imágenes con un contenido determinado resultaba una tercera en la mente del espectador, es decir, ya fuera por analogía o disimilitud, la interrelación de dos figuras llevaba a crear una imagen adicional fruto de dicha acción. En al campo de la historia del arte fue Warburg quien, como señala el comisario de la exposición Georges Didi-Hubermann, transformó el modo de comprender las imágenes e incorporó la idea de la memoria inconsciente para la comprensión del arte. Esto se explica por ejemplo cuando emerge una propuesta novedosa en campo del arte, ya que mientras algunos historiadores o críticos consideran que es producto de la superación u olvido del pasado, Warburg o el mismo Didi-Hubermann piensan que ha sido la memoria la que ha recuperado el inconsciente del pasado y por consiguiente ha ejecutado su trabajo a partir de dicha recuperación. Lo que pretende Didi-Hubermann con esta exposición, más allá de poner de relieve la labor de Warburg, es retomar la reflexión que ha ido menguando progresivamente en los museos a su juicio, excesivamente dominados por los mercados, y propone que la mejor arma contra la especulación económica es la especulación filosófica. Por tanto, el historiador francés toma como referencia el inacabado Atlas Mnemosyne que configuró Warburg entre 1924 y 1929 para sugerir un sofisticado viaje que penetre más allá de la epidermis del arte y con la sutileza pero decisión de un cirujano bisturí en mano, corta decididamente hasta que fluye la sangre de la que hablara en La pintura encarnada, donde leucocitos, hematocritos y glóbulos multicolores se unen en la imagen de un todo, en un atlas vital y artístico heterogéneo. Walter Benjamin señalaba que la verdadera historia del arte no tenía que ocuparse de contar la historia de las imágenes mediante un relato o una crónica, y añado yo, o atendiendo a cuestiones meramente cronológicas, que no es otra cosa que un ejercicio de flagrante simplificación, sino que había de acceder al inconsciente de la visión mediante un montaje interpretativo, que no deja de ser análogo a la afirmación de Victor Sklovski cuando apuntaba que lo importante no era saber qué eran las imágenes, sino cómo funcionaban. En esta línea, lo cierto es que la propuesta expositiva de Didi-Hubermann, con sed de trascendencia, pretende golpear en la conciencia de los historiadores del arte y abocarles a una reflexión necesaria e incluso enderezar el timón de un barco que parece ir a la deriva y en el mejor de los casos acabará encallando en la complacencia irreflexiva. Esto implica que no es una muestra accesible a todo el público, es compleja y a veces incluso árida, destinada a un espectro de la sociedad que esté en posesión del carnet de iniciado. Las miradas escudriñan paredes y vitrinas en busca de las imágenes conocidas de Klee, Rauschenberg o Sol LeWitt, pero a cambio reciben una carta de invitación a desengrasar la maquinaria del pensamiento, lo que podría ser recibido como algo pretencioso o en el mejor de loa casos como un revulsivo para dicha actividad.

Jorge Cruz

Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?

“Tal vez no exista reflexión ni contestación política acerca de la historia contemporánea sin una actitud genealógica y arqueológica que revele sus síntomas, sus movimientos inconscientes” Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?
Del 26 de Noviembre 2010 al 28 de Marrzo 2011. Museo Nacional Centro de arte Reina Sofía.

Más que un método de conocimiento, el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, nos propone que la Historia tiene la misma estructura de un sueño. Se trata de una memoria inconsciente que opera y se hace valer por medio de imágenes, donde las palabras poco importan si no es cuando aparecen como puro significante. En la Historia, como en el sueño, lo que hay son trazos, flashes, pedazos de realidad que despiertan sensaciones. El pasado retorna al transgredir las barreras que obligan a olvidar, a dejar atrás, a vivir la vida como si nunca nos hubiera pasado nada, como si las heridas y los traumas que sufrimos jamás hubiesen existido y no hubieran dejado las huellas de la amargura y el dolor. El sueño trae a cuentas “los dispar (at) es y los desastres”. En el sueño, hay también restos diurnos, trozos de la vida cotidiana de la que poco nos percatamos, detalles en los cuales no creímos reparar. Allí somos como los artistas, esos “niños traperos arqueólogos” que encuentran sentido a la existencia de lo inusual o de lo ya desechado. Están también las preguntas, los misterios de la sexualidad, de la muerte, del paso del tiempo, de la vida, de los fenómenos que nos alcanzan desde fuera. Y están los deseos. Esos que se proyectan como locura e invención, como rareza y que son los responsables de los cambios, de la aparición de nuevas formas. El Atlas, como el sueño, “recoge el gran troceamiento del mundo” . Las imágenes, sin relación cronológica, se superponen unas a otras, enviando las palabras a un tránsito interminable. Es el espectador el que, al somarse a los diferentes puntos, a las diferentes esquinas y al aportar su propia experiencia y vivencia, les aporta sentido. El espectador se vuelve él mismo, parte de aquellos cuadros. De allí la sensación de haberse adentrado en un laberinto al cruzar el umbral que da paso a los 20 espacios que Georges Didi-Huberman ha elegido para presentar la gran obra de Aby Warburg.

Georges Didi Huberman ha respetado el anarquismo que Warburg prefirió para que la Historia pudiera sobrevivir. Si se organiza, si se explica, el discurso oficial caerá sobre ella y la aplastará. Warburg fue el protector de la Historia de Occidente, de esa no contada, la que está viviente, detrás de bambalinas, labor por cierto, muy pesada. Warburg es Atlas. Renunció a la labor de administrar la herencia económica familiar a favor de proteger nuestra frágil memoria. Su idea desde siempre, fue de poner a disposición de la educación pública su verdadera fortuna, la que realmente le interesaba. Sesenta mil volúmenes, notas, 20000 fotografías, las memorias de sus múltiples viajes, sus estudios de psicología, medicina, historia del arte, historia de las religiones y sus recorridos multiculturales. Tanta carga, tanto esfuerzo, le costó el sufrimiento de fuertes depresiones y síntomas de parafrenia. La I Guerra Mundial y esta difícil experiencia le hicieron atrasar la apertura de su Biblioteca hasta 1926, la cual comenzó a organizar desde 1909.

Este hombre erudito, que nació en 1866 y murió en 1929 y que se hizo acompañar por Mnemosyne , la personificación de la memoria en la mitología griega, la titanesa hija de Gaia y Urano y madre de las 9 musas de Zeus, es reencontrado no sin sorpresa, por cada uno de los asistentes a la exposición. Se les ve capturados por las imágenes, recorriendo los blancos salones del Museo Reina Sofía, asombrados y desconcertados por los trozos dados a ver de cine, fotografía, periódicos, telas, flores secas, anotaciones, colecciones, cajitas, postales, de poetas, pintores, filósofos, escritores. Todos un poco o completamente locos, ciertamente iluminados.
La labor de Georges Didi-Huberman es notable. Nos hace saber como espectadores que no podemos huir de la responsabilidad que nos compete en la elaboración simbólica de la memoria histórica de Occidente, y así, pretende liberar también a Warburg, post- mortem, del enorme peso de haber cargado sobre sí lo que nos corresponde a todos.

Priscilla Echeverría