martes, 27 de octubre de 2009

Nadia Cortés

La inquietud fotográfica: Erwin Olaf

A propósito del último trabajo de Erwin Olaf, Dusk & Dawn, surge la pregunta de ¿Por qué este tipo de fotografía nos atrapa o nos identifica pero sin saber dar razón de ello? La respuesta es porque nos inquieta, algo que similarmente ocurre con el cine de Lynch. Pero, ¿qué es lo inquietante? La transformación de lo familiar en extraño, que causa una especie de malestar en el espectador, siendo inquietante porque es secretamente muy familiar y es por ello que se reprime.

Así, lo inquietante se vuelve siniestro por el juego de la apariencia.

En nuestra “era de la imagen”, la fotografía de Olaf, presenta un trabajo que refleja una época desolada, resalta la apariencia y muestra lo que no se ve pero que todos sabemos, en Dusk, dos síntomas constantes de esta época, la muerte no superada del padre diluida en ese espacio vacío que se muestra en las apariencias. Mother(2009) es la muerte del padre, el vacío en la puesta en escena, en el teatro de lo cotidiano, pero no sólo se presenta una metáfora de la tristeza, una madre dolida y un hijo abandonado, sabemos leer en las apariencias porque vivimos en ellas, aparece la emergencia de un poder absoluto de la madre, como una escena Tarkovskiana, poder que permite dibujar una aparente familiaridad pero que ofrece también una estética siniestra que exhibe la locura y la castración de la seguridad a través de la construcción de las apariencias.

Es quizá por eso que todo el arte que se nos presenta como inquietante nos causa una cierta repulsión y a la vez un sutil deseo de descubrirlo. Y es que pareciese imposible que nuestras invenciones posteriores no estén marcadas por ese doble juego de lo visible y lo invisible. Retomando el trabajo de Olaf y pensando, como lo hace Alasdair Foster, en las metáforas de Oscar Wilde, el verdadero misterio del mundo es lo visible y no lo invisible.

Nadia Cortés.

Xabier Gantzarain



¿Es la democracia un arte público?

Una de las principales obsesiones del bienintencionado artista británico Antony Gormley es la representación de la humanidad. Lo fue en su serie titulada Field, y lo ha sido en su última propuesta de arte público: One & Other.

Durante 100 días, durante las 24 horas del día, 2400 personas han permanecido en el plinto vacío de Trafalgar Square de Londres, cada una de ellas durante una hora. Los participantes debían ser residentes en Gran Bretaña y mayores de 16 años. Con ello, el artista pretendía mostrar una representación del Reino Unido, y por ende, de toda la humanidad.

Dejando de lado el populismo y la espectacularidad de la propuesta, convertida en una especie de Gran Hermano mediante las webcams del canal Sky, esta obra de arte público plantea, aún sin pretenderlo, una cuestión básica, por urgente: ¿es la democracia un arte público?

Si todavía se pretende representar a toda la humanidad, y representarla además desde la plaza Trafalgar de Londres, como si los habitantes del planeta fuesen una suerte de ciudadanos de una nueva y total Commonwealth, parece lícito preguntarse a quién representan esos 2400 británicos subidos a un pedestal, si no es a sí mismos y a su democracia, capaz de reciclar un pilar reservado a Guillermo IV en una plataforma para arte público nacional.

Ahora bien, ¿debe el arte público seguir representando, cualquiera que sea el motivo a representar, sea Guillermo IV o sea la humanidad, sean las meninas de Velázquez o sean los abogados de Atocha?

Según Jacques Ranciere, no vivimos en una democracia, sino que vivimos mediante actos democráticos. Por lo tanto, el arte público no debe representar, sino presentar, activar un espacio sensible, activar un espacio político. Dotar de mirada y de sentido –común- un espacio común.

El arte público representativo es al arte lo que la democracia representativa es a la democracia.

Xabier Gantzarain.

Nieves Limón


Bipolaridad fotográfica


A propósito de la presentación del nuevo libro de Joan Fontcuberta en el marco del IX Seminario de Fotografía y Periodismo de Albarracín (a saber: Santa Inocencia/Holly Innocence), se reactivan debates sempiternos, inextinguibles por mucho que se hable, escriba o cree en torno a ellos. Bien lo sabe Fontcuberta que lleva más de veinte años enseñándonos nuevas formas de darle una vuelta de tuerca a esa idea de la fotografía como huella de la realidad, más aún, como auténtica realidad.

Si en los años setenta la fotografía se institucionalizó pasando a ser un arte merecedor de estar en museos (uso que se sumaba a la función primigenia de la fotografía como documento, como fuente fehaciente de información), hoy en día se cuestiona, con razón a mi juicio, tanto lo uno como lo otro: ¿es adecuada la manera en la que se ha introducido este medio en la retórica museística?, ¿puede la fotografía documentar sabiendo, como sabemos, que produce observaciones sesgadas, miradas personales? Fontcuberta, oscilando en sus propuestas entre el interés filosófico que se destila de todo esto y una socarronería asombrosa, construye un proyecto a medio camino entre lo “documental” y lo “artístico”. Subvirtiendo estos límites taxonómicos, nos repite que lo importante no es tanto que la fotografía mienta inevitablemente, sino la dirección ética de esa mentira, el uso que de la misma hace el fotógrafo recomendándonos, por tanto, evitar a toda costa la confianza acrítica con la que solemos consumir imágenes.

Quizá la cuestión camine por derroteros cercanos a la infertilidad de pensar la fotografía en términos bipolares (arte versus documento), quizá debamos plantear varios niveles de lectura en cada imagen evitando forzadas etiquetas. Mientras tanto, propuestas como esta son más que necesarias, son una respuesta que impide el anquilosamiento de complicados debates icónicos.

Nieves Limón.

Eva Ortega


Arte accesible

Con motivo del HAY Festival de Segovia, el pasado 27 de septiembre la artista Zoe Strauss dio una conferencia. Strauss es una fotógrafa de un suburbio de Filadelfia que con 30 años decide comprar una cámara de 35 mm y lanzarse a atrapar imágenes de su barrio.

Dedica su trabajo a preparar la exposición I-95, realizada cada año con 231 fotos pegadas a los pilares que sujetan una autopista cerca de su casa. La muestra se monta el mismo día, dura 3 horas, y la gente puede comprar su obra a un módico precio (5 $). Sus fotos también están en un blog, en flickr y en su página web, donde se pueden comprar por el mismo dinero.

Siendo una artista que podría vender más caro, ha optado por hacer su arte más accesible. Según ella es absurdo encarecer la obra poniendo límite a la edición de un medio que por su naturaleza es reproducible hasta el infinito. Tiene razón en no seriar su obra, pero tampoco se puede considerar como obra original la fotocopia en color de una fotografía, que es lo que se ofrece desde su página web.

Strauss es autodidacta y tiene una técnica básica, pero también un ojo agudo y fresco para captar la realidad. Sus imágenes recogen textos urbanos, arquitectura y retratos de extraños. Tiene una producción masiva y eso hace que no todas sus obras tengan la misma calidad, de lo que ella misma es consciente y se reprocha que algunas fotos hayan pasado sus propios filtros.La obra de Strauss es accesible por su bajo coste y por exponer en lugares populares. Pero que una obra sea accesible no significa que sea buena. La calidad no debería vincularse con el precio o con el lugar de exposición. Su obra es buena por otras razones, como por su visión personal, y por su interés en el color y la composición. Y es de admirar su voluntad de mover la conciencia crítica, de que su vecindario vea el arte como algo cercano, y de situar la obra en el espacio público.

Eva Ortega.

Jennifer Calles


Un arte libre y urbano


Del 15 al 17 de Octubre, uno de los barrios más céntricos de Madrid, el Triángulo de la Ballesta, acogía la campaña publicitaria internacional Hugo Create. Bajo la excusa de un concurso de jóvenes creadores, la conocida marca comercial Hugo Boss llenó de carteles, vallas y hasta esculturas publicitarias las calles y comercios de la zona, y todo ello bajo la etiqueta de “evento cultural”. Algunos medios se hacían eco de esta noticia calificando el acto como transformación de la urbe en “galería de arte al aire libre”. Pero, ¿en qué momento vender colonia se ha convertido en arte? Si seguimos tal razonamiento, no sería descabellado decir que las paredes del metro forradas de publicidad en realidad no son campañas comerciales sino instalaciones artísticas, como los trailers que vemos en la televisión, que no serían anuncios sino piezas de videoarte. Y es que, ¿acaso toda publicidad es arte? Obviamente no. Cierto es que en ocasiones el mercado crea cultura, pero que se utilice la cultura para generar mercado, aunque suceda continuamente dentro de nuestra sociedad de consumo, no parece ser un fin muy digno para el arte.

Algunos afirman incluso que con estas iniciativas Hugo Boss fomenta el “arte libre y urbano”. Pero el diseño publicitario nunca fue un arte libre. En este sentido, el grupo PSJM ha decidido poner en evidencia las técnicas mercantiles del arte apropiándose de ellas. Pronto, en el festival Ingráfica´09 de Cuenca podremos ver cómo carteles y anuncios publicitarios les sirven de soporte.

Además, hacer uso indiscriminado del espacio público para promocionar un producto se aleja bastante de la idea de arte urbano. Menos mal que el 20 de octubre, el colectivo “luzinterruptus” llevaba a cabo en Malasaña una de sus impactantes acciones, Hemorragia urbana, para recordarnos que todavía sobreviven verdaderos ejemplos de arte callejero y contracultura en nuestra ciudad.

Jennifer Calles.

Virginia Moya


Ya es innegable que la crisis económica ha llegado al mundo del arte. Tanto la drástica bajada de ventas en las galerías (aunque muchos no lo reconozcan), como los presupuestos a la baja en las instituciones públicas y privadas están afectando a las posibilidades del arte español. Los museos, de hacer ocho exposiciones al año ahora podrán hacer tres, con lo que probablemente la obra de artistas menos conocidos se verá aún menos o se recortarán las ayudas a la producción, entre otros posibles males. Ante la incertidumbre que el futuro inmediato plantea a las instituciones culturales españolas se ofrecen ahora fórmulas imaginativas para paliar los efectos de la crisis. Se debaten ahora sobre qué sacrificar para salvarse (volumen de proyectos, reducir gastos fijos, personal, calidad de las exposiciones, etc.) y es aquí cuando se ve de qué pie cojea cada cual.

El sálvese quien pueda ha saltado a la programación cultural de Madrid. Llega el comienzo de temporada y con ella los must de la cartelera. Según el volumen de publicidad, si quiero ir a una gran exposición no puede faltar la última creación del radical Guillermo Solana en el Thyssen, Las lágrimas de Eros. Aún sabiendo que los visitantes del Thyssen están bajando, y que su financiación depende en gran medida de la venta de entradas, es seguro que debe haber un método más elegante de ganar visitantes que mostrar desnudos en el museo y vender preservativos en la tienda.

Guillermo Solana sí que sabe lo que es entertaintment. Realmente tenía fe en aquello que decía que quería hacer este año, vincular lo clásico con lo contemporáneo, sería algo más que las fotos de Rachel Weistz o de Beckham.

Esperemos que nuestras instituciones culturales sepan programar en el 2010 sin olvidar que su prioridad es ofrecer al público programaciones de calidad. A ver si es verdad que queremos activar públicos y no reforzar conductas de consumidores.

Virginia Moya.

Bernardita Lira


La afanada reflexión comprometida


Desilusionante es la impresión que deja Thomas Hirschhorn con The Subjecters, expuesta actualmente en La Casa encendida.

Con el paso del tiempo y la implantación abundante de espacios para exponer el arte actual, el ojo del observador se ha hecho más agudo, crítico e interpretativo.

Exposiciones como The Subjecters, desconocen esta afirmación, puesto que nos encontramos ante una obra excesivamente literal, que impone y limita al observador a interpretar vísceras, amputaciones y figuras representativas de lo humano en carne, en cuerpo, a través de palabras como paz y esperanza, ofrecidas desde un lenguaje artístico que huele a moral y crítica del mundo actual demasiado obvia a este punto de la historia, elementos sobredichos, imágenes que se codean con añejas marchas pacifistas hippies y burdas películas del cine gore.

La pornografía, el consumo, el trabajo alienante, la moda, los abusos de la guerra, la urgencia por salir de estos abismos temáticos y tratarlos en el arte no es un desmérito.

El problema reside en la ingenuidad brutal con que intenta sorprender mediante el horror de imágenes que no articulan ninguna pregunta. Un hiperrealismo maqueteado donde Hirschhorn, muy comprometido, nos dice: yo pienso todo esto, yo opino sobre todo esto, esto es y aquí acaba.

Después de tal manifiesto y declaración de principios, se acaba la conversación con el artista, no hay dialogo posible, somos superados, educados por él.

Quisiéramos tal vez una ironía, como en los primeros experimentos cinematográficos de Peter Jackson, donde los mutantes amputados comen, fornican y se hacen la guerra. Pero no, es una obra sin trampas, adolorida en lo fácil. En estos tiempos, cuando los medios de comunicación y las imágenes suelen ser cada vez más crudas respecto a la realidad, no intranquiliza reflexivamente, ni supera el efecto de su propia imagen.

Bernardita Lira Manriquez