viernes, 10 de diciembre de 2010

Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?

“Tal vez no exista reflexión ni contestación política acerca de la historia contemporánea sin una actitud genealógica y arqueológica que revele sus síntomas, sus movimientos inconscientes” Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?
Del 26 de Noviembre 2010 al 28 de Marrzo 2011. Museo Nacional Centro de arte Reina Sofía.

Más que un método de conocimiento, el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, nos propone que la Historia tiene la misma estructura de un sueño. Se trata de una memoria inconsciente que opera y se hace valer por medio de imágenes, donde las palabras poco importan si no es cuando aparecen como puro significante. En la Historia, como en el sueño, lo que hay son trazos, flashes, pedazos de realidad que despiertan sensaciones. El pasado retorna al transgredir las barreras que obligan a olvidar, a dejar atrás, a vivir la vida como si nunca nos hubiera pasado nada, como si las heridas y los traumas que sufrimos jamás hubiesen existido y no hubieran dejado las huellas de la amargura y el dolor. El sueño trae a cuentas “los dispar (at) es y los desastres”. En el sueño, hay también restos diurnos, trozos de la vida cotidiana de la que poco nos percatamos, detalles en los cuales no creímos reparar. Allí somos como los artistas, esos “niños traperos arqueólogos” que encuentran sentido a la existencia de lo inusual o de lo ya desechado. Están también las preguntas, los misterios de la sexualidad, de la muerte, del paso del tiempo, de la vida, de los fenómenos que nos alcanzan desde fuera. Y están los deseos. Esos que se proyectan como locura e invención, como rareza y que son los responsables de los cambios, de la aparición de nuevas formas. El Atlas, como el sueño, “recoge el gran troceamiento del mundo” . Las imágenes, sin relación cronológica, se superponen unas a otras, enviando las palabras a un tránsito interminable. Es el espectador el que, al somarse a los diferentes puntos, a las diferentes esquinas y al aportar su propia experiencia y vivencia, les aporta sentido. El espectador se vuelve él mismo, parte de aquellos cuadros. De allí la sensación de haberse adentrado en un laberinto al cruzar el umbral que da paso a los 20 espacios que Georges Didi-Huberman ha elegido para presentar la gran obra de Aby Warburg.

Georges Didi Huberman ha respetado el anarquismo que Warburg prefirió para que la Historia pudiera sobrevivir. Si se organiza, si se explica, el discurso oficial caerá sobre ella y la aplastará. Warburg fue el protector de la Historia de Occidente, de esa no contada, la que está viviente, detrás de bambalinas, labor por cierto, muy pesada. Warburg es Atlas. Renunció a la labor de administrar la herencia económica familiar a favor de proteger nuestra frágil memoria. Su idea desde siempre, fue de poner a disposición de la educación pública su verdadera fortuna, la que realmente le interesaba. Sesenta mil volúmenes, notas, 20000 fotografías, las memorias de sus múltiples viajes, sus estudios de psicología, medicina, historia del arte, historia de las religiones y sus recorridos multiculturales. Tanta carga, tanto esfuerzo, le costó el sufrimiento de fuertes depresiones y síntomas de parafrenia. La I Guerra Mundial y esta difícil experiencia le hicieron atrasar la apertura de su Biblioteca hasta 1926, la cual comenzó a organizar desde 1909.

Este hombre erudito, que nació en 1866 y murió en 1929 y que se hizo acompañar por Mnemosyne , la personificación de la memoria en la mitología griega, la titanesa hija de Gaia y Urano y madre de las 9 musas de Zeus, es reencontrado no sin sorpresa, por cada uno de los asistentes a la exposición. Se les ve capturados por las imágenes, recorriendo los blancos salones del Museo Reina Sofía, asombrados y desconcertados por los trozos dados a ver de cine, fotografía, periódicos, telas, flores secas, anotaciones, colecciones, cajitas, postales, de poetas, pintores, filósofos, escritores. Todos un poco o completamente locos, ciertamente iluminados.
La labor de Georges Didi-Huberman es notable. Nos hace saber como espectadores que no podemos huir de la responsabilidad que nos compete en la elaboración simbólica de la memoria histórica de Occidente, y así, pretende liberar también a Warburg, post- mortem, del enorme peso de haber cargado sobre sí lo que nos corresponde a todos.

Priscilla Echeverría

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