lunes, 1 de noviembre de 2010

Victoria Civera: Madre Norte

Victoria Civera: Madre Norte

Galería Soledad Lorenzo

Lidia Mateo Leivas


Podría decirse que la obra de Victoria Civera roza casi el simbolismo, como evocan tanto los oníricos paisajes que enmarcan figuras femeninas solitarias, como las formas circulares recurrentes, o la propia tensión de la ausencia explícita.

Sin embargo, no siempre fue así. Pese a contar desde sus comienzos con la imagen de la mujer como paradigma de su obra, la artista valenciana ha sabido evolucionar para reinventarse y ser finalmente capaz de representar toda la fuerza expresiva de la que ya gozaba desde sus inicios, aunque reduciendo ahora las formas a la mínima expresión. La artista, con el tiempo, ha pulido su propio estilo, desbastando lo accesorio y recurriendo a lo esencial. Ese punto álgido, cúlmen o cima que podríamos llamar, ese lugar que exige del artista que lo alcanza el haber dedicado forzosamente su vida al oficio (aunque no sean sólo los años los que necesariamente conduzcan a tan anhelado lugar) es, precisamente, lo que la galería Soledad Lorenzo nos presenta en su nueva exposición, Madre Norte.

El reductivismo formal, casi minimalista, concuerda con la definición que la propia autora da de su obra, a la que califica de silencio. Su simplicidad no le resta significado sino que lo potencia. Se trata de la imagen real de la mujer en la multiplicidad de su propio estereotipo, en donde Victoria, si bien extrae modelos propios de los mass media, lo hace subvirtiendo su rol y enfrentando a la mujer contra sí misma, contra su soledad, contra sus temores, contra el universo hueco que queda tras la lucha por la supervivencia. La artista parece retratar así, con tremenda sensibilidad y poética, la feminidad existente dentro de sí misma.

En la obra expuesta los círculos y los óvalos se repiten con insistencia en cada uno de sus lienzos, de forma que su representación parece estar ligada a la relación de dichas formas con la mujer. La curva, que modela el cuerpo femenino y se atribuye a sus órganos sexuales, está también emparentada con el origen y la fertilidad. Además, si el círculo representó la máxima expresión de la perfección platónica, el movimiento perfecto desde la antigüedad clásica fue a su vez el circular, cuya trayectoria guiaba el desplazamiento de los cielos y orbes celestes. De hecho, el círculo en la obra de Civera ha trascendido el lienzo ya desde los años ochenta, cuando la artista comenzó a utilizar soportes de forma circular a modo de tondos en lugar de los convencionales rectángulos.

La pintura diluida se enfrenta en el lienzo al óleo más pastoso. Unos simples trazos de lápiz delimitan una formas bien acabadas. El color blanco y el gris dominan casi todas las superficies de los cuadros que se tornan así casi monócromas. La simplicidad, tanto cromática como formal, lidera la muestra, la hace coherente y la funde en el todo representado. Así, desde los gritos sordos enfrentados de los dos retratos de la sala central situados junto al cuerpo que yace inerte, en extrema quietud y sosiego, al conjunto de círculos concéntricos custodiados por la mujer que sostiene un puñal, pasando por las siluetas femeninas cautivas en formas esféricas o en paisajes imposibles de realismo sesgado, la muestra permite que cada una de sus partes concuerde y que, aún teniendo cada una su propio sentido autónomo, el conjunto posea también un significado propio. Por otra parte, la escultura, aunque en un papel secundario, forma también parte de este juego simbólico vertebrador.

Si bien hemos hablado de una evolución formal de la artista hacia líneas más depuradas, sería injusto no hacer mención aquí al creciente tamaño en los formatos de sus obras lo que sin duda prueba que la autora se siente ahora más cómoda con su obra que abiertamente expresa sin tapujos, a lo grande. Todo ello denota, al fin y al cabo, la madurez de la persona que ha sabido encontrar no sólo aquello que quiere expresar, sino la forma específica y apropiada, es decir, ha sabido encontrar su propio lenguaje original y exclusivo, como demuestra en cada uno de sus trazos.

No deja de ser curioso el hecho de que la muestra se titule Madre Norte, al igual que un cuadro de la artista, que curiosamente se encuentra ausente en la exposición. No sé si ésta es una forma más de evidenciar explícitamente la ausencia que ya de por sí acarrea su producción, una forma de expresar aquello que, aunque no está, no por ello deja de estar presente. Y es que la obra de Victoria Civera tiene mucho que ver con el vacío y con el silencio, con la soledad y con la ausencia. Es la expresión de lo reducido, de lo mínimo, de lo callado, de lo que casi no es o está desapareciendo. Sus lienzos son como esos pensamientos fugaces que, en nuestra mente, van y vienen incesantemente, que tan pronto están como se escapan. Es falta y es hueco, es oquedad y agujero, es la huella de la ausencia de lo que fue o, quizás mejor, de lo que aún está por venir.

Victoria Civera: Madre Norte y el infinito buscar.




La galería Soledad Lorenzo dedica una exposición a la artista Victoria Civera (Valencia, 1955) que recoge una pequeña muestra de las obras realizadas entre el 2008 y el 2010. Un hecho que supone un acercamiento a la artista desde su corpus artístico ultimum. Civera es una artista consagrada, con una carrera sólida y productiva, tal como se puede apreciar en las numerosas exposiciones individuales en las que ha participado, no sólo en ciudades europeas, también norteamericanas, como Nueva York, donde actualmente reside y trabaja. Civera no puede ser enmarcada dentro de una única corriente filosófica–artística, como la crítica feminista, si bien es cierto que en sus obras predomina la iconografía femenina como último eslabón temático. Así mismo, tampoco se la puede enmarcar dentro de una única técnica artística, puesto que a lo largo de su carrera ha trabajado con la escultura, la instalación y la pintura, donde parece sentirse más cómoda sin por ello desechar las demás opciones. Es ésta una exposición donde la pintura predomina- a excepción de dos obras- y que por tanto nos sumerge en el mundo matérico de la artista. Dividida en cuatro espacios diferenciados, el espectador puede deambular por el universo onírico y temático que Civera propone. El primer espacio queda delimitado por tres grandes tondos, formatos circulares que nos presenta a una mujer en cada caso. En Con jumba una mujer se erige como protagonista indiscutible, mujer por otra parte, es presentada ligera de ropa y con unos enormes tacones que la sitúan dentro de cualquier icono fashion actual, solo que sujeta un mono, un elemento irónico y crítico. Secundado por otro tondo de iguales dimensiones, llamado Centro abierto con una iconografía muy similar, que también juega con los colores monocromos en tonos blancos y que a su vez realiza una meta alusión al círculo que la tapa, simbolizando el origen y final abierto.

El otro tondo presenta una mujer vestida, respondiendo a las cánones de belleza occidental, colocada en un fondo negro, con una clara alusión al universo, tal como reza su título. En el fondo de la sala, uno de los cuadros más grandes, capta la atención al instante, se trata de Searcher, donde una mujer desnuda parece caminar en un fondo de rallas negras sobre blanco. Civera reinventa la estética heredada del Op art en este cuadro, y nos presenta una psicofonía de líneas reticulares que recuerdan a una suerte de prisión. Relegada a la profusión ascendente de las líneas, queda el cuerpo femenino desnudo, que parece buscar una salida inexistente. Cierran esta sala dos cuadros de pequeño formato, que la artista ha titulado Pecadillos familiares donde el cuadrado y el círculo se insertan en un juego antagónico y simbólico.

El segundo espacio queda dividido por tres obras muy significativas que bucean en el color azulaceo. After y Before, dos cuadro contrapuestos, contienen un fuerte componente de violencia. Apenas se asoman las cabezas femeninas que parecen exhalar su último aliento de vida. Uno de los cuadros tiene esbozados dos hombres dibujados a lápiz, lo que acrecienta la sensación de amenaza. El cuadro que preside este espacio, llamado Derrame, presenta una mujer derrotada en el fondo de la monocromía azul grisácea, y parece dormitar entre un espacio incorpóreo, abstracto. El vacío queda presente en estos cuadros, se trataría de una reducción geométrica malevichiana, haciendo casi literal la expresión de Hegel: “ no hay nada que mostrar”.

En el último espacio de la galería, se encuentra una de las obras más impactantes de la muestra: No te escapes. En ella vemos a una mujer intentando huir rodeada de un paisaje de reminiscencias antárticas. La abstracción del entorno y la atmósfera gélida envuelve a la protagonista femenina en una búsqueda y huída incompleta, como si quisiese escapar del cuadro.

En estos trabajos presentados, la mujer es el epicentro del círculo, de la espiral de búsqueda hacia su interior. Se trata, no sólo de proponer una crítica feminista a través de ciertos estereotipos, fetiches consumibles, tal y como nos presenta en los tondos iniciales, sino de indagar y mirar más allá, revolver en su mundo personal y mostrar lo invisible. Por ello el juego entre el circulo como principio y final de un recorrido introspectivo, por ello la abstracción y la figuración, por ello aparece, en dos de sus cuadros paradigmáticos, la oruga, que no hace más que enfatizar la conexión con el subconsciente individual, con el ansía de renovación, con la escucha y la observación debajo de la piel de la artista. Lástima que no se pueda ver cómo la oruga se convierte en mariposa en Hacia lucerlandia cuadro que no está expuesto pero que aparece en el catálogo, igual que la obra que da nombre a la exposición, Madre Norte, sin duda una clara alusión hacia la búsqueda y orientación de si misma. Fallo de la galería.


Irene L.