viernes, 12 de noviembre de 2010

CIRCUITOS MMX

EL LABERINTO COMPARTIDO

Análisis curatorial de CIRCUITOS MMX

Una exploración cartográfica que desciende al inmenso abismo de la nada. Una máscara forjada con billetes de cincuenta euros y formulados capitalistas. Una radio desarmada junto a varios recortes de periódico sobre el genocidio ruandés. Desplegables de instrucciones que nos indican cómo comportarnos en la sociedad del bienestar…

Estas y otras inquietantes escenas se podrán contemplar hasta el 8 de Enero en la Sala de Arte Joven Avenida de América. Los responsables de las obras expuestas son ocho jóvenes artistas con muy poco en común; trabajan en Madrid, son menores de 35 años y han ganado la convocatoria de la vigésimo primera edición de Circuitos de Artes Plásticas.

Resulta difícil hallar un hilo conductor en sus obras; más allá del tono crítico general y cierta disidencia político-social, no se aprecian analogías temáticas ni pautas que puedan englobar las obras en una propuesta común ni mucho menos en un manifiesto generacional.

Como bien apunta Teresa Abboud, en las exposiciones colectivas los trabajos no salen bien parados si no hay un buen comisariado. Ese ha sido el cometido de Iván López Munuera, poner orden a un friso de personalidades tan distintas como las técnicas y materiales empleados; desde el vídeo de Esther Achaerandio (Ejercicio de autoayuda III, afirmaciones para atraer el dinero), a las acuarelas de Ignacio García (Fragmentos de una mitología contemporánea), pasando por las instalaciones Teresa Solar Abboud, Sin título (Descenso al abismo Challenger).

La opción más fácil sería aislar las ocho propuestas, dejando que el espectador se encuentre con un artista tras otro. La alternativa; liberar en un mismo espacio una jauría de voces que confluyan en total anarquía. Pero si el objetivo principal del comisario es elaborar criterios y diálogos entre las piezas, lo primero es identificar las conexiones existentes. Puesto que López Munuera concibe al grupo como “una sociedad aristada, llena de confrontaciones, de acercamientos contrapuestos y no pacificados, en debate”, su estrategia es analizar la identidad y el discurso de cada uno, y descubrir después qué es aquello que los conecta.

La herramienta fundamental de aproximación a su trabajo es la entrevista, donde les plantea una serie de cuestiones comunes como las experiencia formativa, la influencia del viaje, la ironía, técnicas y metodologías, las exposiciones colectivas, y conceptos como éxito, fracaso, futuro, o el contexto “arte”.

A través de las reflexiones obtenidas, establece una serie de circuitos que serán el eje del diseño global de la muestra; unos particulares diagramas (expuestos en la entrada y también en el catálogo) que enlazan a los artistas con cuatro aspectos que han determinado supuestamente la naturaleza de sus obras; materiales empleados, tiempos de producción, presupuestos y viajes realizados en los últimos 5 años (en mi opinión, este último punto resulta muy ambiguo, pues no todos los viajes son determinantes en la creación y por otra parte, la catalogación del mundo en cuatro espacios me parece vaga e imprecisa).

López Munuera ha encargado a C+ arquitectos toda una innovadora escenografía, diseñada especialmente para un encuentro con el espectador que resulta bastante lúdico. Un original montaje en el que el espacio queda repartido equitativamente entre las ocho propuestas, jalonadas por unas cortinas de pvc que, en función de su opacidad (transparentes, de rejilla, o totalmente negras), permiten vislumbrar en mayor o menor medida las instalaciones contiguas; obligando a los artistas a compartir sonidos, luces, accesos (las salas son a su vez atajos de otras), atmósferas y sensaciones. Las miradas y voces de los seleccionados pueden así dialogar sin llegar a pisarse ni eclipsarse. Por ejemplo, en toda la planta superior se escucha una mezcla de sonidos heterogéneos, subrayada por el turbador silbido de Ondas que matan, cuyo significado último contradice a aquel que el visitante ha ido preconfigurando en su itinerario. En la inferior, es muy interesante ver cómo el espacio designado a Daniel Martín Corona desempeña un juego con el exterior que afecta al interior (algunos transeúntes despistados se detienen extrañados ante la instalación, como si estuvieran ante una tienda de mobiliario, tratando de contextualizarse y de intuir los espacios más profundos donde la luz se va filtrando hasta la oscuridad).

La sensación de manufactura es una constante en todo el diseño corporativo de la exposición; además del plástico, que cubre por completo alguna de las salas, el material omnipresente es el cartón; en las pequeñas figuras recortables que configuran los circuitos, en los canastos asignados cada artista, en los ingeniosos catálogos diseñados por Monsters club (un completísimo pack con cuadernillos individuales, entrevistas, y fotos de las obras, realizadas por Jorge López conde y Anna Tomich), e incluso en toda la estética del ingenioso vídeo de presentación, (que debido a su emplazamiento pasa un poco desapercibido).

En definitiva, la concepción curatorial de Circuitos MMX acaba convirtiéndose en una obra más, por no decir la protagonista. Este hecho puede ser interpretado como un acto narcisista o innecesario, pero recordemos que esta convocatoria es un escaparate, una plataforma de lanzamiento de nuevas promesas del arte, y su promoción no debería pasar inadvertida. Entendiendo el atractivo para el público como un objetivo, la singularidad e incluso la provocación resultan indispensables.

Lo cierto es que los seleccionados necesitan esa proyección, todos quieren seguir desarrollando su carrera artística, pero ven el futuro incierto (todos excepto Momu & No es, precisamente las más irónicas). López Munuera utiliza las herramientas adecuadas para realzar ante todo la personalidad de los artistas, defendiendo su protagonismo absoluto, incluyendo en la exposición impresiones de sus rostros, como si fueran ídolos de masas, erigiéndoles en las estrellas en las que, de momento, no se han convertido.

Adrián Silvestre.

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