viernes, 12 de noviembre de 2010

Circuitos MMX. Una renovación comisarial de aires pop


La cita anual de Circuitos, que reúne cada año obras de hasta un máximo de 10 artistas menores de 35 años y residentes en la Comunidad de Madrid, se caracteriza en esta su 21ª edición por una cuidada puesta en escena.

El habitual lugar de acogida de Circuitos, la sala de arte joven de Avenida de América se ha transformado de acuerdo a las líneas estéticas que ha ideado el comisario de la muestra, Iván Lopez Munuera, junto con los propias artistas y C+arquitectos.


En la primera sala al entrar, sobre la pared de la izquierda, nos encontramos con un diagrama explicativo de lo que constituye la exposición. Así, gracias a un sistema de leyenda podemos ir desentrañando que materiales ha usado cada artista para las piezas expuestas en Circuitos, cuánto han costado, cuánto tiempo ha llevado su producción y qué continentes han visitado los artistas en los últimos 5 años.

De fondo se escucha el video promocional de la exposición, una melodía pop sesentera que acompaña a la estética del espacio.


En esta ocasión son ocho los artistas representados, cuatro en cada planta del edificio. A medida que uno recorre el espacio va atravesando cortinas de pvc transparentes cuya función es marcar una separación física entre artistas. La solución es discutible pero ante todo práctica. Enfrentarse a comisariar una exposición colectiva donde no existe una línea temática que articule la relación entre unas y otras obras es un ejercicio difícil. En este caso López Munuera establece varias fronteras, primero entre plantas, situando en el piso inferior a aquellos artistas más cercanos entre sí por el tratamiento que hacen de las ficciones narrativas, y en el piso superior a aquellos que abordan realidades sociales que llegan hasta el campo de la investigación. A medio camino entre la ficción y la realidad nos quedarían los dibujos de Ignacio García Sánchez, cuyo estilo nos recuerda a los libros de ilustración infantil pero que en realidad representan un imaginario apocalíptico de destrucción. Junto a los dibujos, hay dos piezas escultóricas que, también desde la ingenuidad de los materiales, se enfrentan a la paradoja de transmitir una cruda realidad.


Arriba se encuentran además la máscara de 1000 euros de Esther Achaerandio y sus afirmaciones para atraer dinero, Bongore y su planteamiento inverso de inmigración y Lara García, que tras un exhaustivo trabajo de investigación sobre el conflicto bélico en Ruanda expone una serie de evidencias, casi policiacas, a partir de piezas de radio a las que prueba como culpables.


En la planta de abajo Daniel Martín Corona, Teresa Solar Abboud, Lilli Hartmann y Momu y No Es presentan instalaciones que juegan con las dualidades de verdadero-falso, realidad-ficción. Así en el caso de Molde de lo Real de Daniel Martín Corona se ‘instruccionaliza’ un proceso como es la contemplación de un cuadro. Lilli Hartmann expone cuestiones existenciales desde el simbolismo del lenguaje, dentro de un encuadre naïve. Teresa Solar Abboud especula con lo que se encontraron los exploradores del Challenger cuando bajaron a la fosa Marianas, y así construye su propia ficción de un hecho real. Momu y No Es plantean lo difícil que es separar ficción y realidad para un escritor, jugando con las formas audiovisuales.


A lo largo de todo el recorrido otro de los detalles que llama la atención es que las paredes han sido cubiertas con sábanas de plástico fino, de las que se usan para proteger muebles cuando se pinta una habitación. La intención de esta modificación es en palabras del propio comisario: “romper con un espacio tan connotado como el cubo blanco”, al intervenirlo se convierte en un lugar objetivo, que ya no está cargado de la significación histórica.


El plástico aparece de alguna manera como hilo conductor y unificador de la exposición ya que incluso el catálogo viene dentro de una bolsa con autocierre, bien conocidas en estos tiempos ya que son las requeridas en los aeropuertos para transportar líquidos.

El catálogo, de distribución gratuita, es precisamente otro de los elementos que más se ha transformado. Se presenta en formato de ocho sobres, uno por artista, dentro se reproduce una entrevista donde se repasa su formación, carrera y planes para el futuro. Dentro de la bolsa se incluyen también dos imágenes de cada artista, impresas en tarjetas de alta calidad. Esta ‘de-construcción’ del catálogo, de tintes posmodernos, permite llevar a cabo una mini exposición según el gusto de cada visitante y facilita el archivo de la documentación, teniendo en cuenta la cuestión de espacio; más de uno nos hemos desecho de catálogos porque sólo nos interesaban uno o dos artistas o por la misma razón los hemos guardado, acumulando publicaciones en las estanterías.


Circuitos aparece como un ejercicio de reflexión beneficioso, tanto para el formato de la exposición anual, habiendo cumplido ya su mayoría de edad, como para el comisariado, donde una serie de guiños autoreferenciales apuntan a un relevo generacional que apuesta fuerte.


gm

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