sábado, 30 de octubre de 2010


¿Madre Norte, Madre Civera?

la vida es perfecta, la vida es redonda”

Michael Houellebecq

Una vez Ralph Waldo Emerson escribió: El ojo es el primer círculo, el horizonte que éste forma es el segundo círculo, y se repite incesantemente a través de toda naturaleza. Es una de las propuestas de ver el espacio donde se revelan las realidades. La exposición Madre Norte, organizada por la galería de Soledad Lorenzo, desvela las realidades de Victoria Civera (Valencia, 1955), que nos llevan a un refugio único, donde gritos y susurros bergmaniano-civerianos tienen el nostálgico sabor de fresas salvajes. Las obras seleccionadas por la galería, están vinculadas en torno a leitmotivs como la figura de la mujer y el círculo, que en las últimas décadas constituyeron la gramática y la ortografía del lenguaje artístico de Civera.

En el caso de la exposición Madre Norte, el primer círculo es más bien una lente investigadora, bajo la cual el horizonte, entendido como la figura de la mujer, presenta o oculta sus múltiples posibilidades de ser y estar. Las mujeres proyectadas en los lienzos de Civera, provienen de debajo de su piel. A todas ellas las lleva dentro de sí misma. De este modo, la Madre Norte, título de la exposición, podría convertirse en la Madre Civera.

La artista desvela los mitos contemporáneos de la cosmogonía femenina que no llevan en sí la pretensión de cambiar el mundo. La sencillez y la ambigüedad de la obra de Civera es, más bien, una autorreflexión realizada en voz alta que le permite buscar un sonido propio. Para oír su voz, hay que simplemente abrir los ojos y, al modo bergeriano, estar atento.


La voz, que inicia la sinfonía de Madre Norte, pertenece a la pintura Atada al Universo. Presenta la imagen de una mujer que está flotando por la superficie de un círculo perfecto. Su expresivo make up “elaborado” con ayuda de gruesas capas de la pintura, no nos deja ver su verdadero rostro. Su nombre puede ser “Cada” o “Ninguna”. Sus ojos están cerrados a la realidad que la rodea (la pulsera de luces que lleva en la mano, tal vez es un cordón umbilical que la ata al universo en el que están arraigadas las anclas de su memoria, pero no ella misma) y nos obliga ir más allá de su representación pictórica, hacia su yo íntimo que se esconde detrás de sus pupilas. Este intento de desenmascarar paradójicamente lo visible y dirigir la mirada a lo escondido, a lo esencial que no se manifiesta en las máscaras, ni disfraces, se repite con mucha fuerza en otras obras de Civera, exhibidas en cuatro salas de la exposición.

Las proyecciones pictóricas de su "yo" de Con Jumba , Centro abierto, Searcher , o No te escapes, igual que Atada al universo, están equipadas en el arsenal de los “atributos femeninos”(tacones lejanos, ropa íntima o su falta, las bocas tapadas por una pesada mordaza de pintalabios) parecen más bien portadoras del sentido y no productoras del mismo. Están dentro del círculo, pero la artista con premeditación no les deja llegar a su punto central. Lo que les corresponde en la realidad de lo visible, es una periferia en los mapas de las narraciones, pero el compás (el círculo) indica la dirección donde sus verdaderas voces suenan fuertes.

Madre Norte, Madre Civera, Madre Demiurga, origina la vida y el movimiento de su narración, cambiando el volumen de su voz y las técnicas que deforman la realidad, para sacar de ella nuevos contextos, nuevas texturas que son capaces a la vez de acariciar el ojo y de cortar la pupila. Before, After y Derrame son las obras que “sustituyen” a la mujer atada al universo por una mujer atrapada en el universo de los clichés kafkianos. La “semipresencia” de los uniformes masculinos que no pertenecen a nadie (sus caras borradas del dibujo o ¿borradas de la memoria femenina?) son representaciones del poder masculino y de la opresión que puede provocar. La artista lo denuncia en una frase muy corta, en el grito: “derrame!”.

La reflexión pictórica sobre la opresión sigue buscando su forma de expresión en No te escapes, donde la figura de la mujer atraviesa una de las imaginarias playas siberianas. Encerrada en un marco artificial de la cinta rosada, parece más bien una luchadora que dialoga con los susurros abstractos de Pecadillos familiares, que nos conectan con la memoria del pasado. El paisaje del refugio de aquella memoria, nos invita a sentarse y disfrutar del viaje cíclico que construye nuestro presente(Reciclada, Seat to Flor).

Este es el movimiento mutuo del círculo que explora apasionadamente Civera, exigiendo del espectador “sólo” una política de mirada que no tiene ni principio, ni fin. El epicentro de la narración femenina circula alrededor del punto central de los lienzos, pero no pretende ocuparlo. Porque en la vida redonda de Madre Norte, no se trata de buenas y malas interpretaciones, se trata de la fluidez de la reflexión sobre la figura femenina que despierta en el espectador la obra del artista.


Mfr.

viernes, 29 de octubre de 2010

VICTORIA CIVERA | La aventura que no renuncia al sentido

Priscilla Echeverría Alvarado


Madre Norte. Es el nombre de la exposición de Victoria Civera que se presenta en la galería Soledad Lorenzo del 19 de Octubre al 20 de Noviembre. En esta ocasión, la artista presenta un conjunto de trece piezas que se encuentran distribuidas en tres salas de paredes blancas, algunas de gran formato, otras relativamente pequeñas y una instalación. Trabaja en acrílico, tela y otros materiales como cintas, lo que le aporta textura a su propuesta a veces figurativa, otras, abstracta. La instalación viene a ser un “detalle” que rompe la serie que cuelga de las paredes, tanto por su género y forma, como por su colorido. Varios tondos de fondo blanco evocan por el título de la exposición, los “tondi” renacentistas de Miguel Angel “La sagrada familia” y “la Virgen del Magnificat” de Boticelli. Madre Norte, la madre que orienta.

Parte de esta obra ha sido expuesta previamente en esta misma galería, pero llama la atención en la selección, el tratamiento del color en su conjunto, ese paso del uso de los colores vibrantes de trabajos anteriores a la presencia de tonos opacos o combinaciones monótonas rematadas por la intromisión de entusiastas detalles en rosa, rojo, naranja. El uso de tonalidades de cierta suavidad o apagamiento, pretende dejar más al descubierto lo esencial: la ingenuidad o intensidad de las figuras, su movimiento y su esfuerzo de metamorfosis, tal vez condensado en esa figura de oruga que aparece en algunos cuadros. Como contrapunto, la intimidad, el agujero negro del universo, el silencio que se encuentra en el uso de los formatos más pequeños, del negro y el café, lo recóndito que lleva al infinito del sexo de una mujer. Encontramos en esta muestra un intento de lo que la artista relata acerca de su necesidad de depuración: “..depurar la idea al máximo, buscando silencios y susurros, intensidad.”

Victoria Civera continúa con su trabajo acerca de las mujeres, su salida y urgencia de atadura al universo. No es difícil pensar que se trata de su propia experiencia, pero en este caso, en esos tondos de gran formato, pareciera tratarse de un deslizamiento hacia su condición de maternidad, de mujer a madre de una hija. En su operativo, trata de articular la intimidad con ese caminar en el mundo, darse a ver sin que lo más interior se destruya. El trabajo de gran formato es de suyo abarcativo, expresivo, pero el mundo exterior tiene también sus amenazas que son representadas generalmente por algo que se puede interpretar como símbolo fálico, el que quiere ver reducido a una especie de caricatura. El círculo, en cambio, es protector, materno, profundo. En uno de estos tondos del 2009, llamado “Con Jumba” la sensual joven abraza con aprehensión al animalito que sostiene con su cuerpo. Desde dos círculos negros a sus costados se asoman unas lenguas, que se dirigen a ella como pequeños falos amenazantes. El lienzo se desborda, pero al hacerlo, da la sensación de que se arraiga. Círculo seguro, protector, que empuja más allá pero que da estabilidad. En otro de ellos, (Centro abierto, 2010), la figura femenina se soporta en dos círculos, el del fondo y el que tiene al frente, como escudo o como ojo abierto que mira hacia fuera. Aparece también el detalle de una oruga verde que se desliza por el borde, que curiosamente es también una figura fálica, pero transformada esta vez en algo que algún día se mudará y alzará vuelo. Estas dos telas de estricto fondo blanco, contrastan con el negro y sideral “Atada al universo” (2010). Una también joven figura corre entre las ondas magnéticas y recuerda a las heroínas de las series de animación.

Victoria Civera sí que sabe de sensualidad, pero la trayectoria de la mujer se ve siempre amenazada por la condición masculina convencional que proviene del falocentrismo. En “Before” (2010), una mujer es tomada de los brazos por dos hombres. Viéndose forzada, emite un gesto de dolor. Aquí, el trabajo del color es una guía. Las manos enguantadas de esos hombres de traje entero están teñidos con el aguamarina del abrigo de la mujer. La figuración da para la interpretación. En “Derrame” (2010), la sensual figura femenina, sostiene en sus manos algo punzante; en “No te escapes” (2010), la joven sale de su cueva de hielo y avanza cauta, con algo también filoso en su mano derecha, mientras en la izquierda porta lo que parece ser una bandera blanca. En muchos de sus cuadros, la mujer sangra, la nota de color es entonces, dolorosa.

Su tema es la mujer en cuanto objeto, como objeto de sí misma en tanto el objeto se define como femenino; al final del recorrido nos ofrece una silla. La trayectoria concluye con la excepción; la silla juguetona fiel a la textura y al escándalo del color; heno, plastilina, acrílico, cuerda. Si bien Victoria Civera ha “limpiado” el fondo de explicación y de sentido, no renuncia a ella. La artista se aventura sin alejarse de la significación.

MADRE NORTE: VICTORIA CIVERA O CÓMO MIRAR MÁS CERCA

Inés Plasencia Camps

De círculos, de la atracción y de la huida del centro, de la mujer sacada de su hábitat para ser simplemente observada y de líneas casi invisibles donde habita lo que realmente está ocurriendo se han llenado las paredes de la Galería Soledad Lorenzo, que acoge estos días la exposición “Madre Norte”, compuesta por las últimas obras de la artista valenciana Victoria Civera.

Sus lienzos están protagonizados por mujeres arrancadas de los espacios habitables y por formas abstractas dominadas por el círculo. En la exposición se combinan los grandes formatos, que se dedican a esa mujer aislada, con los formatos pequeños, y las formas rectangulares se combinan con lienzos circulares. Apenas una quincena de obras repartidas en cuatro espacios, que incluyen también dos esculturas, en las que la artista trabaja con la mezcla de materiales buscando texturas casi transparentes que se vean sorprendidas por pequeños detalles de color o de un material más denso. Cuando se observan desde más cerca se revela siempre una minúscula mancha. En muchos casos es una salpicadura roja, en otro el lazo rosa de un liguero, en otro la huella de algo parecido a petróleo. De este modo, la técnica mixta de Victoria Civera se convierte en vehículo de los diferentes niveles de lectura de su obra. Las líneas de lápiz de Before son la escritura con la que se manifiesta la violencia. La franja rosa fluorescente de No te escapes enmarca la figura y la aísla de la naturaleza.

Las obras figurativas de la exposición, sin duda las más interesantes, están dominadas por esa mujer sola y aislada. Dos de las piezas más destacadas de la exposición, Con jumba y Centro abierto, enormes cuadros de forma circular, parecen fotografías extraídas de cualquier revista de moda, y son la imagen sacada de contexto de esa mujer artificial que mira como desprevenida al objetivo de alguien que la quiere a su medida. Pero Victoria Civera la somete a la mano de quien pinta lo que esa imagen esconde. En Con jumba, una mujer sometida al ridículo abrazada a un mono, semidesnuda, encerrada en un círculo y entre dos círculos. En Centro abierto, una absurda aviadora con tacones en medio de la forma geométrica perfecta que existiría con o sin ella, mientras una oruga se pasea y nos recuerda cuánto tiempo puede llevar esa mujer en esa postura.

Otro de los lienzos de gran formato es la obra de 2010 Derrame. Frente a una naturaleza inhabitable, la mujer está tumbada sobre el agua, de espaldas a nosotros, esta vez agotada y abandonada ante el paisaje sobre un denso líquido negro que emana de no sabemos dónde ni de qué. También en esta sala, la pareja Before y After nos relata el anuncio y la consumación de la violencia. La figura de la misma mujer aparece descentrada, atraída hacia el fondo. En la primera, dos hombres sujetan a la mujer por cada brazo, aunque de lejos sólo vemos dos manos contra las que su arma, una línea naranja, apenas puede hacer nada. La segunda es la consumación de la violencia que el primero anunciaba, y la cabeza se hunde en un fondo verde salpicado de manchas rojas.

No te escapes, en la que Civera juega esta vez con los encuadres por medio de una línea de papel pegado rosa fluorescente, culmina la exposición. La mujer lucha por salir de un líquido parecido a petróleo, pero después del líquido tendrá que luchar con esa línea, y después tendrá que hacerlo con la naturaleza.

Las pinturas abstractas de la muestra parecen desaparecer ante los grandes lienzos figurativos, aunque encuentran su sentido junto a las demás obras de la exposición, con las que conecta en sus formas fundamentales. Repartidos por las cuatro salas, los cuadros de la serie Pecadillos familiares eliminan aparentemente a esa mujer y la reducen a su símbolo esencial, el círculo, siempre interrumpido por alguna forma o línea de color.

En cuanto a las dos esculturas que incluye la exposición, se trata de formas orgánicas donde el círculo y el color, así como la importancia de la materia, vuelven a dominar. Reciclada es una silla donde esperar, donde puede uno sentarse a mirar todavía en esa naturaleza imposible, que mezcla la tela, el plástico y la paja proponiendo tocar con la vista un lugar a todas luces incómodo.

La exposición de Victoria Civera nos invita a preocuparnos, a preguntarnos y a observar a esa mujer inquietante. Para conectar con ella es necesario hacerlo en primer lugar con la transparencia de los colores, con el deseo de mirar más cerca y ver las líneas y la mezcla de materiales, con el espacio casi vacío de los cuadros, con los objetos que esperan. Al mismo tiempo, paradojas aparte, nos invita a confiar en la primera sensación que tengamos al entrar en la sala. Podemos mimetizarnos con las obras y sentirnos también nosotros absurdos personajes observados en un espacio inhabitable, o podemos sentirnos violentados ante una obra que parece silenciosa hasta que miramos más cerca.

Nueva temporada otoño-invierno de Victoria Civera


Victoria Civera insiste en la articulación de un discurso que hace una revisión muy personal, e incluso intimista, de los arquetipos de género que han revolucionado desde las representaciones artísticas historicistas a las imágenes construidas por la industria de la cultura y los media. No es extraño encontrar en los trabajos seleccionados para la exposición Madre Norte, mujeres cuyas poses remiten a un vasto diapasón de alusiones mitológicas femeninas en convivencia, armonía o tensión con un escenario natural. Alusiones que remiten también a la gestualidad de heroínas modernas y mediáticas o a las supervivientes de la ciudad contemporánea.


En ciertas obras, como en No te escapes, Civera hace ejercicios explícitos de composición que apuntan el carácter constructivo de la escena, y encuadrna la acción representada, introduciendo una reflexión sobre la propia calidad racional de sus obras. Ejercicios que nos muestran que su expresionismo, la geometría casi abstracta de los fondos, su bad painting, es intencional. Cuando coloca las figuras de las mujeres en medio de las escenas, las poses son estudiadas, tratan de crear una empatía con el receptor, de modo que éste se pregunte a sí mismo por el drama que parece emerger de las figuras que observa. Figuras casi siempre envueltas en un halo de violencia, a punto de sumergirse en el caos de una pasión que las remite a un primitivo instinto de supervivencia. A escapar de las definiciones de género basadas en esa belleza del artificio. A huir de la tiranía de la moda, otra de las preocupaciones recurrentes a lo largo de su trayectoria.


Podría pensarse en un juego irónico que atraviesa los espacios, que cruza la galería. Un recorrido que se hace a través de los guiños que la artista ha dejado por el lugar. Lienzos sobre muros y objetos escultóricos que dialogan con fragmentos que se escapan de los cuadros y asaltan al visitante. Un visitante que busca pistas ambiguas para interpretar la exposición. Madre Norte enuncia desde su propio título una visión polar, en la que se hibridan dos realidades que parecían lejanas y ajenas entre sí. Tradición o modernidad, norte o sur, natural o artificial, evocaciones de las muchas batallas en las que el sujeto femenino se ha visto envuelto y afectado a lo largo de la historia. Extrañas resultan esas dicotomías en un presente donde todos esos signos son referentes apropiables y manipulables, donde la figura femenina puede ser sometida a un travestismo híbrido según el momento y el contexto en el que se represente.


Esta muestra recoge algunas de las últimas pinturas y esculturas de Victoria Civera, mostrando el papel de la mujer como tema central y el círculo como recurso diálogico y símbolo fundamental de su obra. Continuidad de la retrospectiva que ha ofrecido recientemente el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, esta exposición ofrece hasta el próximo 20 de noviembre obras de pequeño y gran formato que mezclan texturas y materiales y retoman las claves críticas, vitales y emocionales que han acompañado a la artista durante gran parte de su trayectoria.


Civera nos trae a la galería Soledad Lorenzo, colaboración ya “clásica” en la capital, una propuesta individual que reflexiona sobre determinados estereotipos femeninos. Estereotipos vinculados al “cuarto poder” que contrapone con la figura versátil y flexible de una mujer libre, empoderada y poderosa como marca de su obra. Su trabajo alberga una dura reflexión de la mujer objeto sobre la que la sociedad deposita su mirada voyerista, repensando ciertos clichés de la mujer occidental. Una crítica sensual y feminista que alude al concepto del placer visual en la producción de la imagen femenina comercial. A través de los objetos y atuendos que se encuentran en su obra como sello de identidad, cuestiona los mecanismos de placer y la estructura del deseo definidos por los mass media.


La artista ofrece esta espectacular tensión, también emocional, entre lo bello y lo feo, entre lo racional y lo irracional. Nos invita a visitar a lugares íntimos en los que mezcla formatos, objetos y materiales diversos, en los que vuelca su experiencia y emocionalidad. La mujer que nos presenta abre y ocupa distintos espacios, es una representación de la mujer heterogénea, distinta en cada obra, “pública” y privada. Un fetiche irónico y perverso que despierta un imaginario confuso y ambiguo en plano íntimo y, siempre, social.


29 de octubre 2010

aka

Victoria Civera, Madre Norte

Madre Norte es la última exposición de la artista valenciana Victoria Civera, en la Galería Soledad Lorenzo, Madrid. Viene a ser la continuación lógica de Atando el cielo; retrospectiva de la última década de la artista, el pasado verano en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, comisariada por el director del centro, Fernando Francés.

Madre Norte es una selección de quince obras expuestas al público por primera vez; trece pinturas de distintos formatos y materiales, y dos esculturas.

Hay dos elementos frecuentes en su trayectoria artística que una vez más vuelven a erigirse como ejes fundamentales de esta colección; el círculo, como principal símbolo compositivo de cada obra y la figura femenina, como constante referente temático.

La técnica, también variada, va desde la pincelada grumosa al esbozo a lápiz, que en ocasiones se deja entrever bajo el óleo (Centro abierto, 2010), así como la utilización de cinta y otros materiales plásticos.

A lo largo de las salas de la galería, van contrastándose distintas emociones; de la pasión a la nostalgia, de la intimidad a la provocación; presentando al visitante un conjunto de formas sencillas que esconden ideas más complejas.

La dualidad está presente en toda la sala principal. Por una parte, los Pecadillos familiares (2010), composiciones geométricas grisáceas de pequeño formato, tienen un carácter más simbólico y responden a un lenguaje muy depurado, cercano a la abstracción, casi obsesivo. Si bien la mujer no aparece representada físicamente, sí lo hace conceptualizada en múltiples formas circulares encerradas en formatos cuadrados.

Por otra parte, cuatro impactantes pinturas de gran formato, algo más coloristas, y por supuesto más figurativas, cercanas incluso a imágenes de moda. Es el caso de Centro abierto (2010), donde el círculo reaparece, configurando cierta sensación de extrañeza, tanto en el mismo marco circular como en el círculo-ocular del centro, que como el ojo del Gran Hermano de Orwell, parece observarnos fijamente.

En Jumba (2009), dos simétricos tondos negros pueden ser interpretados como cuencas de ojos que miran y asedian a otra mujer, esta vez lánguida y caracterizada con atuendo fetichista, que parece no ser consciente de su condición de objeto. Abrazada a un mono, permanece concentrada en una pasión casi zoofilica. Hay un contraste entre familiaridad y extrañeza en todos estos elementos que destila cierto sentido del humor. Asimismo, llama especialmente la atención el modo abrupto e irregular en que está plegada la tela en el bastidor circular.

Atada al universo (2010) tiene un carácter más ingenuo, donde la mujer representada parece moverse libre y despreocupadamente sobre una amenazadora fuerza concéntrica. Searcher (2009) transmite una gran tensión entre dos fuerzas opuestas, tensión acentuada por el contraste del blanco y negro y la dirección de la modelo con respecto a las líneas. Ésta, que sangra por manos pies, avanza con determinación, disimulando su dolor.

La segunda sala está invadida por la intimidad y el silencio. Una serie de tres pinturas presenta mujeres desoladas en abismos gélidos, que van del gris al azul. Algunas lanzando un grito oprimido (After, Befote, 2010), otra ya abatida, dándonos la espalda, escondiendo un misterio (Derrame, 2010).

En la tercera sala, las obras irradian un cromatismo impactante, casi agresivo.

Reciclada (2010) es una escultura de paja y metacrilato rojo, que vuelve a utilizar la carga simbólica del círculo, con la incrustación de bolas de colores en el respaldo de una silla de diseño.

No te escapes (2010) es la pintura de mayor formato y en mi opinión la más apasionada, por la originalidad compositiva y el desafío cromático, falto de prejuicios. Sobre un paisaje glaciar de texturas agrestes y aguas negras, se abre paso una colorista mujer del futuro, que con firme decisión parece desafiar la misma composición del cuadro, intentando avanzar a una nueva dimensión, un nuevo marco rosa fluorescente. Una oruga, también fluorescente, se arrastra en la esquina inferior izquierda, otro elemento recurrente en las pinturas de Civera.

Junto a otro de los pecadillos familiares, encontramos Fingers, (2009); una mano femenina que trata de escapar de un submundo, un misterio encerrado dentro de óvalos.

En la sala inferior se encuentran las dos obras más conceptuales; Seat to flor (2010) una torre de trece cojines de diferentes colores, apilados sobre una base de cuatro pétalos azules, y el primero de los Pecadillos familiares (2010), una simple y esquemática pintura que bajo la rotundidad de un círculo blanco y un grueso contorno negro sugiere la presencia de un vívido paisaje bucólico.

Victoria Civera vuelve a trabajar su iconografía habitual, con formas depuradas y soluciones plásticas libres. Sus obras, envueltas en un personal e indefinible universo onírico, se resisten a una interpretación general, aunque su mirada sigue reflexionando sobre los tópicos, roles y estereotipos, realidades y sentimientos de la mujer contemporánea.

Victoria Civera (Port de Sagunt, Valencia, 1955) estudia en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, donde experimenta con la fotografía, el fotomontaje y el happening. A finales de los 70 se traslada a Santander y comienza a centrar su trabajo en las pinturas neoexpresionistas de gran formato. En la siguiente década mantiene la línea figurativa y se instala en Nueva York, donde adquiere importantes cambios creativos. Sus obras se van llenando de contenido íntimo e incorpora nuevos materiales como yeso, algodón, lino, seda, terciopelo y otros objetos. Es en los años 90 se adentra en la construcción de esculturas e instalaciones. A partir de esa época sus trabajos se caracterizan por la plena figuración.

Adrián Silvestre

Crítica de Arte

miércoles, 20 de octubre de 2010

domingo, 31 de enero de 2010

Victoria Civera: Madre Norte


Galería Soledad Lorenzo
Lidia Mateo Leivas


Podría decirse que la obra de Victoria Civera roza casi el simbolismo, como evocan tanto los oníricos paisajes que enmarcan figuras femeninas solitarias, como las formas circulares recurrentes, o la propia tensión de la ausencia explícita.

Sin embargo, no siempre fue así. Pese a contar desde sus comienzos con la imagen de la mujer como paradigma de su obra, la artista valenciana ha sabido evolucionar para reinventarse y ser finalmente capaz de representar toda la fuerza expresiva de la que ya gozaba desde sus inicios, aunque reduciendo ahora las formas a la mínima expresión. La artista, con el tiempo, ha pulido su propio estilo, desbastando lo accesorio y recurriendo a lo esencial. Ese punto álgido, cúlmen o cima que podríamos llamar, ese lugar que exige del artista que lo alcanza el haber dedicado forzosamente su vida al oficio (aunque no sean sólo los años los que necesariamente conduzcan a tan anhelado lugar) es, precisamente, lo que la galería Soledad Lorenzo nos presenta en su nueva exposición, Madre Norte.

El reductivismo formal, casi minimalista, concuerda con la definición que la propia autora da de su obra, a la que califica de silencio. Su simplicidad no le resta significado sino que lo potencia. Se trata de la imagen real de la mujer en la multiplicidad de su propio estereotipo, en donde Victoria, si bien extrae modelos propios de los mass media, lo hace subvirtiendo su rol y enfrentando a la mujer contra sí misma, contra su soledad, contra sus temores, contra el universo hueco que queda tras la lucha por la supervivencia. La artista parece retratar así, con tremenda sensibilidad y poética, la feminidad existente dentro de sí misma.

En la obra expuesta los círculos y los óvalos se repiten con insistencia en cada uno de sus lienzos, de forma que su representación parece estar ligada a la relación de dichas formas con la mujer. La curva, que modela el cuerpo femenino y se atribuye a sus órganos sexuales, está también emparentada con el origen y la fertilidad. Además, si el círculo representó la máxima expresión de la perfección platónica, el movimiento perfecto desde la antigüedad clásica fue a su vez el circular, cuya trayectoria guiaba el desplazamiento de los cielos y orbes celestes. De hecho, el círculo en la obra de Civera ha trascendido el lienzo ya desde los años ochenta, cuando la artista comenzó a utilizar soportes de forma circular a modo de tondos en lugar de los convencionales rectángulos.

La pintura diluida se enfrenta en el lienzo al óleo más pastoso. Unos simples trazos de lápiz delimitan una formas bien acabadas. El color blanco y el gris dominan casi todas las superficies de los cuadros que se tornan así casi monócromas. La simplicidad, tanto cromática como formal, lidera la muestra, la hace coherente y la funde en el todo representado. Así, desde los gritos sordos enfrentados de los dos retratos de la sala central situados junto al cuerpo que yace inerte, en extrema quietud y sosiego, al conjunto de círculos concéntricos custodiados por la mujer que sostiene un puñal, pasando por las siluetas femeninas cautivas en formas esféricas o en paisajes imposibles de realismo sesgado, la muestra permite que cada una de sus partes concuerde y que, aún teniendo cada una su propio sentido autónomo, el conjunto posea también un significado propio. Por otra parte, la escultura, aunque en un papel secundario, forma también parte de este juego simbólico vertebrador.

Si bien hemos hablado de una evolución formal de la artista hacia líneas más depuradas, sería injusto no hacer mención aquí al creciente tamaño en los formatos de sus obras lo que sin duda prueba que la autora se siente ahora más cómoda con su obra que abiertamente expresa sin tapujos, a lo grande. Todo ello denota, al fin y al cabo, la madurez de la persona que ha sabido encontrar no sólo aquello que quiere expresar, sino la forma específica y apropiada, es decir, ha sabido encontrar su propio lenguaje original y exclusivo, como demuestra en cada uno de sus trazos.

No deja de ser curioso el hecho de que la muestra se titule Madre Norte, al igual que un cuadro de la artista, que curiosamente se encuentra ausente en la exposición. No sé si ésta es una forma más de evidenciar explícitamente la ausencia que ya de por sí acarrea su producción, una forma de expresar aquello que, aunque no está, no por ello deja de estar presente. Y es que la obra de Victoria Civera tiene mucho que ver con el vacío y con el silencio, con la soledad y con la ausencia. Es la expresión de lo reducido, de lo mínimo, de lo callado, de lo que casi no es o está desapareciendo. Sus lienzos son como esos pensamientos fugaces que, en nuestra mente, van y vienen incesantemente, que tan pronto están como se escapan. Es falta y es hueco, es oquedad y agujero, es la huella de la ausencia de lo que fue o, quizás mejor, de lo que aún está por venir.