miércoles, 18 de noviembre de 2009

Nieves Limón


Cabezas pensantes


Es inevitable sentirse impresionado cuando nos encontramos ante objetos que acumulan el paso del tiempo, que acumulan historias lejanas. La fascinación, fruto de la errónea creencia humana al sentir el aquí y el ahora como un absoluto, se multiplica cuando constatamos que ni el paradigma histórico-cultural presente (el ahora) es la herramienta ideal para entender siempre el pasado, ni occidente (el aquí) la cuna de toda manifestación artística.

Bajo estas premisas se nos ofrece una pequeña selección (alrededor de un centenar de piezas) del arte de Ife: ciudad-estado de la actual Nigeria que vivió entre los siglos XII y XV una floreciente época. Lugar de nacimiento de los Yoruba, pueblo que actualmente sigue contando con 35 millones de habitantes repartidos en diferentes regiones, Ife ejerció durante varios siglos un poderío reseñable en uno de los continentes más desconocidos para esta sección del mundo. Así, la muestra surgida tras la colaboración de una larga lista de instituciones intercontinentales (British Museum, Museum for African Art de Nueva York, Fundación Marcelino Botín y Comisión Nacional para Museos y Monumentos de Nigeria como principales actores de esta construcción), rescata esa doble función museística que ya apuntaba Thomas McEvilley (definir y aproximar) para canalizar la fascinación primigenia del visitante y trasformarla en una pequeña píldora de conocimiento pseudoetnográfico.

Utilizando la obsesiva y reconfortante necesidad de dividir todo en categorías enfrentadas Dinastía y Divinidad: Arte Ife de la Antigua Nigeria nos enseña dos caras de una misma moneda: lo sagrado y lo terrenal, lo religioso y lo político o, lo que es lo mismo, grandiosas esculturas (no por su tamaño, sino por su preciosismo, detalle, valor estético) que representan dioses y gobernantes de Ife y, línea cronológica también necesaria, de Beni: nueva capital de la región tras la decadencia de Ife. Junto a ellas podemos ver series de objetos cotidianos (vasijas, abalorios, animales de culto todo minuciosamente etiquetado y con sus apropiadas descripciones plagadas, eso sí, de condicionales y suposiciones) que ejemplifican como el voyeurismo por lo cotidiano (Sontag dixit) se remonta al inicio de los museos y se extiende hasta nuestros días. Pero, si al principio explicábamos la atracción por lo ancestral (pretérito y, en este caso, además, lejano físicamente para nosotros y los posibles visitantes de Europa y de Estados Unidos donde viajará la muestra) como algo natural, ahora tenemos que apuntar que ese sentimiento está más que justificado ante la serie de máscaras de bronce, cabezas de terracota o esculturas de granito que se exponen sin posibilidad de ser rodeadas: impulso de todo aquel que visite la exposición. Arte en su más pura manifestación techné que retrata la destreza de los artesanos creadores de estas piezas, una civilización milenaria y la actual intención de revalorizar (o cuanto menos mostrar) otras grandezas históricas.

Nieves Limón.

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