viernes, 7 de enero de 2011



Katherina Grosse: come niño, come.




Katherina Grosse ( Friburgo, 1961) expone siete cuadros de gran formato en la galería Helga de Alvear( hasta el 9 de enero 2011). Galería que continúa con su apuesta por difundir la obra de los artistas actuales más consolidados, sin dejar de plantear obras arriesgadas y comprometidas. Sabido es la pasión de Helga de Alvear por el coleccionismo de arte contemporáneo; discípula de Juana Mordó, de ella aprendió a refinar la intuición, a lidiar con el complicado sistema artístico hasta que, en la actualidad, es una de las coleccionistas esenciales del panorama español.


No sorprende que Grosse siga incidiendo en la pintura, un discurso que inició en la década de los ochenta en un ambiente de renovación del medio. En este contexto, surgieron otros artistas que se decantaron por el mismo lenguaje, como el caso de Helmut Dorner, con el que comparte su afán por la búsqueda de los límites y la tridimensionalidad del lienzo. La elección de la pintura, si bien podría resultar obsoleto, continua siendo un desafío: supone la regeneración de nuevas prácticas pictóricas sin perder de vista la tradición, además no son pocos los artistas que vuelven a experimentar con este medio, como el caso de Lina Sigal o Jessica Stockholder.


Grosse, en esta ocasión, se reafirma en la abstracción pictórica, pero abandona la apuesta por cuestionar el espacio expositivo, tal como hizo en su anterior exposición en la misma galería ( realizada en 2006, consistía en crear esferas ovoidales pintadas con comprensor). Sus lienzos de grandes dimensiones, articulan un discurso basado en la búsqueda incisiva del color. Las composiciones diagonales de algunos de sus cuadros, consiguen crear complejas estructuras que contraponen los colores violáceos con el espacio del cubo blanco. La artista alemana construye estructuras sin forma, inventadas gracias a la contraposición de las líneas verticales y horizontales y a la misma vez, teje un interfaz que conecta con la tradición pictórica de vanguardia. La atmósfera viva que se respira en las obras expuestas, crea hiatos de pintura, intervalos matéricos, consiguiendo cautivar la mirada del espectador: una estrategia basada en “comer y masticar” la pintura, envolvernos con ella y explorar los límites del lienzo. No sería la primera vez que Grosse ha llevado la pintura más allá del marco limitado del soporte, como ocurrió en Holy Residue donde la pintura aplicada con spray, llegaba hasta las paredes y mobiliario de la sala, conquistado, de esta forma, el espacio expositivo.


Un aspecto que llama la atención es que ninguno de sus cuadros tiene título. Como si quisiera negar el nombre, negar la denominación, el origen. En este sentido, conecta con la teoría del arte que incide en la búsqueda de una lenguaje puro, sin necesidad de traducción, la “universalidad” de la pintura, como diría Ad Reinhardt.


Se echa en falta, sin embargo, una postura más arriesgada y una puesta en escena más agresiva, como ha venido realizando en sus intervenciones anteriores. Por otro lado, la depuración formal a la que ha llegado Grosse, la convierte en una artista consagrada, madura, que ha sabido unificar el discurso pictórico tradicional con la corriente regenerativa que se vive en las últimas décadas. Grosse, continúa fiel a si misma y no se deja embaucar por modas o tendencias pasajeras, hecho que en nuestros días, supone todo un acierto.




Irene López

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